sábado, 15 de marzo de 2014

Súbete al rodeo por vivir: Dallas Buyers Club (El Club de Los Desahuciados)



Por: Susana Anavitarte

Es 1985 y mientras tú y otros más estaban siendo concebidos, Ron Woodroof (Matthew McConaughey) vivía con excesos, desenfrenos e irresponsabilidad. Desayunaba whisky, almorzaba tabaco y cocaína y cenaba mujeres… bastantes mujeres cuyos nombres probablemente ni recordaba. Electricista de profesión y vaquero de corazón, un apostador empedernido, busca-problemas por excelencia. Un gesto humano –ayudar a un inmigrante indocumentado- lo llevaría a un accidente por el cual termina en el hospital; es ahí donde se entera de una terrible noticia: Tiene SIDA. Y le quedan sólo 30 días.


Lejos de aceptarlo con resignación y dolor, el atrevido personaje lanza una premisa al médico: “Le daré noticias de último minuto; no hay nada que pueda matar a Ron Woodroof en 30 días”. A partir de ese momento, inicia una dura lucha por conseguir el AZT, un medicamento que combate las células infectadas y mejora la calidad de vida de los enfermos de VIH. En el camino se topa con pintorescos personajes como Rayon (Jared Leto), un travesti también afectado por la enfermedad, quien decide ayudarle conformando un grupo clandestino llamado “Dallas Buyers Club”-en español sería el Club de Compradores de Dallas, pero por la complejidad del tema del SIDA es que el título de la película es El Club de los Desahuciados-, donde otros pacientes pueden adquirir medicamentos no aprobados por la FDA para calmar los síntomas y tratar de hacerle una carrera a la muerte.

Rayon (Jared Leto)

Dirigida por Jean-Marc Valleé, este film nos muestra una época dura, en la cual los prejuicios estaban a la orden del día y la ignorancia de muchas personas era su carta de condena. Aunque con pocas nominaciones a los premios Oscar, ganó algunas de las más codiciadas categorías, entre las cuales, la revelación del año estuvo a cargo de McConaughey y Leto, ganadores de Mejor Actor y Mejor Actor de Reparto respectivamente.

Tengo que admitir que cuando vi inicialmente el tráiler, pensé que esta película no ganaría nada y que, consecuentemente por esa idiosincrasia del público, que se deja influenciar por el oro, sería retirada de cartelera antes de tiempo. La magia que tiene el Oscar en todos los cinéfilos y cinemeros me sacó la lengua y me empujó a verla. Dicen que lo mejor aparece cuando no tienes grandes expectativas; y apareció, de pronto y sin mucha alharaca.


Algo que en mi opinión ha jugado negativamente en el empaque, por así decirlo, es la postproducción y mezcla de sonido. Hay momentos en los que la imagen no se ve muy nítida, sobre todo en las escenas que son de noche (ojo,  podrán creer que es culpa del proyector, pero como comunicadora que soy les aseguro, es la cinta). Y a veces los gritos y la música de fondo respectiva hacen que tus tímpanos simplemente estallen.

Todo el malestar mencionado es compensado con tremendos momentos que te dejan mucho que pensar y ganas de gritar de cólera, de alegría, de tristeza y sobretodo atreverse a vivir cada día, aunque el final se estuviese acercando.


Puede que el guión no haya sido una construcción poética muy cargada de frases célebres y rebuscadas. Los diálogos son bastante simples, pero cumplen con informar y transmitir la emoción de los personajes. A muchos les chocó la cantidad de insultos y tanto machismo, pero ¡hey, estamos en el viejo oeste de los años 80! Aquí era muy normal y casi una norma de masculinidad escupir en el suelo, beber cerveza, ir a los night club a ver mujeres desnudas, y claro, denigrar a los homosexuales, como Ron que los tilda de “Campanita” o “Señorita Hombre”, para dejar bien en claro que no tiene nada en común con ellos. Eventualmente se da cuenta de que está equivocado. Es una de esas películas donde las acciones te dicen más que un extenso monólogo y no es solo lo que dicen sino cómo lo dicen.


Me confieso una eterna admiradora de Jared Leto, no sólo por su estilo gótico tan sensual, sino además por su veracidad al plasmar el carácter del personaje que esté interpretando. Cuando pensé que otra vez vería a este grupo social –los travestis- caracterizados como exagerados, sexuales, ridículos y que solo cumplen la función de causar gracia en el film; Rayon- el personaje de Leto- me deja ver algo que en lo personal ansiaba ver. Como estudiante de actuación, amo el riesgo. Por entrevistas en televisión supe que el actor y cantante de 42 años tuvo que estar bajo un estricto y peligroso régimen nutricional para bajar de peso, perdiendo así más de 14 kilos. Es increíble cómo el transformar su cuerpo, maquillarlo y estudiar cuidadosamente el comportamiento de un travesti, dio algo más a la performance: un delicado hombre, moribundo, con el miedo constante de despertar y saber que en cualquier momento sus ojos no volverán a abrirse. A pesar de enfundarse en panties, pelucas vistosas y vestir escotadas blusas y faldas atrevidas, tenía mucha clase.

Impresionante transformación de Jared Leto

Momentos clave en los que más de un río de lágrimas salió sin mucho esfuerzo, fueron dos: cuando Rayon se mira al espejo y se arregla y dice “así sea lo último que haga, seré un ángel hermoso”. Tan corto y tan expresivo y cargado de estoicismo. Y el segundo momento quizás más sentimental es cuando se enfrenta a su padre, vestido en terno y tratando de recordar su hombría:  “Te estás librando papá, tengo SIDA”, advierte Raymond –el  verdadero nombre del personaje-. Se roba el show equitativamente en el film, es sarcástico, sensible, bello, trágico; un carrusel de emociones.


A Matthew McConaughey le faltaban 3 cosas básicas para que olvidemos que hasta este año solo nos gustaba a las mujeres verlo sin polo, sonriendo como todo un conquistador y siendo el chico bueno y pulcro de las comedias románticas: aceptar un papel bastante estereotipado- el cowboy machista y peleonero- y convertirlo en algo más dramático, descuidar su estatus de galán de portada de revista y finalmente arriesgarse, como he recalcado en casi todas las líneas. Le funcionó seguir el mismo régimen que Leto, volviéndose en esqueleto en vida, ojeroso, con cabellera desgreñada y bigote sin afeitar. Andando en una carrera casi deshecha por la aceptación de que su mal no tiene cura y sólo le queda aplazar esos 30 días para poder disfrutar de cosas que hasta ese momento uno no piensa que extrañará como el calor de un abrazo, salir a bailar, sentir el sabor de un buen vino y un filete recién cocinado.

La transformación de Mathew McConaughey

Ron, en su peculiar modo de ver la vida, cae bien. Porque aprendió la lección, aunque con el más bajo puntaje. Porque los gays también sufren lo que él y entendió que la principal causa de esta enfermedad fue la irresponsabilidad y no la homosexualidad. Y en conclusión, porque su lucha por demostrar que el AZT en grandes cantidades no era beneficioso, tuvo resultados. Ese llanto que expresa con mucho dolor en el auto cuando va a México nos conmueve, nos impregna de cansancio, de pánico, de rabia; ser el que lleva los pantalones cansa, más aún si sabe que al mínimo descuido puede dejar de existir. Su astucia y descaro para llevarle la cura a otros nos saca carcajadas- se disfraza de cura para camuflar la mercancía en la aduana- sin que olvidemos su cometido.


Coincido con muchos otros críticos en que las actuaciones de Jennifer Garner o Steve Zahn- Dra. Eve Saks y Tucker respectivamente- salen sobrando. En el caso de Garner, fue un recurso sentimental el tratar de dejar entrever una especie de vínculo romántico entre ella y Ron, pero luego entendí que se trata de un afecto: escenas como la del cuadro con flores que él le regala en una cita y que ella anda en la duda de colgarlo o no en su pared, es una alegoría de conservar aquello que nos recuerde la dicha de estar vivos. Estos papeles, cualquier actor y actriz podría haberlos interpretado bien, pero desaparecerlos le habría restado mayores circunstancias de acción-reacción. Paradójicamente, sobran pero acompañan bien.


Dallas Buyers Club nos dice que vivamos sin miedo, pero que seamos conscientes de nuestros actos. Que allá afuera en el mundo hay varios desahuciados. Así como Ron luchó, nosotros tenemos mucho por qué luchar. Y que la vida se mide en momentos, en horas, en conflictos, en risas y llantos… aunque sólo llegue a durar 2557 días.

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