Por: Susana Anavitarte
Es 1985 y
mientras tú y otros más estaban siendo concebidos, Ron Woodroof (Matthew
McConaughey) vivía con excesos, desenfrenos e irresponsabilidad. Desayunaba
whisky, almorzaba tabaco y cocaína y cenaba mujeres… bastantes mujeres cuyos
nombres probablemente ni recordaba. Electricista de profesión y vaquero de
corazón, un apostador empedernido, busca-problemas por excelencia. Un gesto
humano –ayudar a un inmigrante indocumentado- lo llevaría a un accidente por el
cual termina en el hospital; es ahí donde se entera de una terrible noticia: Tiene
SIDA. Y le quedan sólo 30 días.
Lejos de aceptarlo con resignación y dolor, el atrevido
personaje lanza una premisa al médico: “Le daré noticias de último minuto; no
hay nada que pueda matar a Ron Woodroof en 30 días”. A partir de ese momento,
inicia una dura lucha por conseguir el AZT,
un medicamento que combate las células infectadas y mejora la calidad de vida
de los enfermos de VIH. En el camino se topa con pintorescos personajes como Rayon (Jared Leto), un travesti también afectado por la enfermedad, quien
decide ayudarle conformando un grupo clandestino llamado “Dallas Buyers Club”-en español sería el Club de Compradores de Dallas, pero por la complejidad del tema del
SIDA es que el título de la película es El Club de los Desahuciados-, donde
otros pacientes pueden adquirir medicamentos no aprobados por la FDA para calmar los síntomas y tratar
de hacerle una carrera a la muerte.
Rayon (Jared Leto) |
Dirigida por Jean-Marc Valleé, este film nos muestra una época dura, en la cual los prejuicios estaban a la orden del día y la ignorancia de muchas personas era su carta de condena. Aunque con pocas nominaciones a los premios Oscar, ganó algunas de las más codiciadas categorías, entre las cuales, la revelación del año estuvo a cargo de McConaughey y Leto, ganadores de Mejor Actor y Mejor Actor de Reparto respectivamente.
Tengo que admitir que cuando vi inicialmente el tráiler,
pensé que esta película no ganaría nada y que, consecuentemente por esa
idiosincrasia del público, que se deja influenciar por el oro, sería retirada
de cartelera antes de tiempo. La magia que tiene el Oscar en todos los
cinéfilos y cinemeros me sacó la lengua y me empujó a verla. Dicen que lo mejor
aparece cuando no tienes grandes expectativas; y apareció, de pronto y sin
mucha alharaca.
Algo que en mi opinión ha jugado negativamente en el empaque,
por así decirlo, es la postproducción y mezcla de sonido. Hay momentos en los
que la imagen no se ve muy nítida, sobre todo en las escenas que son de noche (ojo,
podrán creer que es culpa del proyector,
pero como comunicadora que soy les aseguro, es la cinta). Y a veces los gritos
y la música de fondo respectiva hacen que tus tímpanos simplemente estallen.
Todo el malestar mencionado es compensado con tremendos
momentos que te dejan mucho que pensar y ganas de gritar de cólera, de alegría,
de tristeza y sobretodo atreverse a vivir cada día, aunque el final se estuviese
acercando.
Puede que el guión no haya sido una construcción poética muy
cargada de frases célebres y rebuscadas. Los diálogos son bastante simples,
pero cumplen con informar y transmitir la emoción de los personajes. A muchos les
chocó la cantidad de insultos y tanto machismo, pero ¡hey, estamos en el viejo
oeste de los años 80! Aquí era muy normal y casi una norma de masculinidad
escupir en el suelo, beber cerveza, ir a los night club a ver mujeres desnudas,
y claro, denigrar a los homosexuales, como Ron que los tilda de “Campanita” o
“Señorita Hombre”, para dejar bien en claro que no tiene nada en común con
ellos. Eventualmente se da cuenta de que está equivocado. Es una de esas
películas donde las acciones te dicen más que un extenso monólogo y no es solo
lo que dicen sino cómo lo dicen.
Me confieso una eterna admiradora de Jared Leto, no sólo por su estilo gótico tan sensual, sino además
por su veracidad al plasmar el carácter del personaje que esté interpretando.
Cuando pensé que otra vez vería a este grupo social –los travestis-
caracterizados como exagerados, sexuales, ridículos y que solo cumplen la función
de causar gracia en el film; Rayon-
el personaje de Leto- me deja ver
algo que en lo personal ansiaba ver. Como estudiante de actuación, amo el
riesgo. Por entrevistas en televisión supe que el actor y cantante de 42 años tuvo que estar bajo un estricto y
peligroso régimen nutricional para bajar de peso, perdiendo así más de 14
kilos. Es increíble cómo el transformar su cuerpo, maquillarlo y estudiar
cuidadosamente el comportamiento de un travesti, dio algo más a la performance:
un delicado hombre, moribundo, con el miedo constante de despertar y saber que
en cualquier momento sus ojos no volverán a abrirse. A pesar de enfundarse en
panties, pelucas vistosas y vestir escotadas blusas y faldas atrevidas, tenía
mucha clase.
Impresionante transformación de Jared Leto |
Momentos clave en los que más de un río de lágrimas salió
sin mucho esfuerzo, fueron dos: cuando Rayon se mira al espejo y se arregla y
dice “así sea lo último que haga, seré un ángel hermoso”. Tan corto y tan
expresivo y cargado de estoicismo. Y el segundo momento quizás más sentimental
es cuando se enfrenta a su padre, vestido en terno y tratando de recordar su
hombría: “Te estás librando papá, tengo SIDA”,
advierte Raymond –el verdadero nombre del personaje-. Se roba el
show equitativamente en el film, es sarcástico, sensible, bello, trágico; un
carrusel de emociones.
A Matthew McConaughey
le faltaban 3 cosas básicas para que olvidemos que hasta este año solo nos
gustaba a las mujeres verlo sin polo, sonriendo como todo un conquistador y
siendo el chico bueno y pulcro de las comedias románticas: aceptar un papel
bastante estereotipado- el cowboy machista y peleonero- y convertirlo en algo
más dramático, descuidar su estatus de galán de portada de revista y finalmente
arriesgarse, como he recalcado en casi todas las líneas. Le funcionó seguir el
mismo régimen que Leto, volviéndose en esqueleto en vida, ojeroso, con
cabellera desgreñada y bigote sin afeitar. Andando en una carrera casi deshecha
por la aceptación de que su mal no tiene cura y sólo le queda aplazar esos 30
días para poder disfrutar de cosas que hasta ese momento uno no piensa que
extrañará como el calor de un abrazo, salir a bailar, sentir el sabor de un
buen vino y un filete recién cocinado.
La transformación de Mathew McConaughey |
Ron, en su peculiar modo de ver la vida, cae bien. Porque
aprendió la lección, aunque con el más bajo puntaje. Porque los gays también
sufren lo que él y entendió que la principal causa de esta enfermedad fue la
irresponsabilidad y no la homosexualidad. Y en conclusión, porque su lucha por
demostrar que el AZT en grandes cantidades no era beneficioso, tuvo resultados.
Ese llanto que expresa con mucho dolor en el auto cuando va a México nos
conmueve, nos impregna de cansancio, de pánico, de rabia; ser el que lleva los
pantalones cansa, más aún si sabe que al mínimo descuido puede dejar de
existir. Su astucia y descaro para llevarle la cura a otros nos saca
carcajadas- se disfraza de cura para camuflar la mercancía en la aduana- sin
que olvidemos su cometido.
Coincido con muchos otros críticos en que las actuaciones de
Jennifer Garner o Steve Zahn- Dra. Eve Saks y Tucker
respectivamente- salen sobrando. En el caso de Garner, fue un recurso
sentimental el tratar de dejar entrever una especie de vínculo romántico entre
ella y Ron, pero luego entendí que se trata de un afecto: escenas como la del
cuadro con flores que él le regala en una cita y que ella anda en la duda de
colgarlo o no en su pared, es una alegoría de conservar aquello que nos
recuerde la dicha de estar vivos. Estos papeles, cualquier actor y actriz
podría haberlos interpretado bien, pero desaparecerlos le habría restado mayores
circunstancias de acción-reacción. Paradójicamente, sobran pero acompañan bien.
Dallas Buyers Club nos dice que vivamos sin miedo, pero que
seamos conscientes de nuestros actos. Que allá afuera en el mundo hay varios
desahuciados. Así como Ron luchó, nosotros tenemos mucho por qué luchar. Y que
la vida se mide en momentos, en horas, en conflictos, en risas y llantos…
aunque sólo llegue a durar 2557 días.
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