Por: Alexiel Vidam
Y de pronto entras a Netflix, y en tus sugerencias aparece la siguiente reseña: “Un recorrido emocional de dos padres que se refugian en recuerdos para intentar superar una trágica pérdida”.
La descripción va acompañada por un tráiler animado hecho a partir de puros gráficos a lápiz, sencillos, y sin embargo, con una expresividad penetrante; a esto se suma una melodía de piano que te genera un extraño vacío en la boca del estómago, y la sensación de que algo en el pecho se te está diluyendo, y que pronto se caerá.
Sabes que vas a llorar, así que estás a punto de cerrar la pestaña y ponerte a ver algo más animado. Después de todo, es tarde, y te mereces algo feliz después de un día tan largo. Pero no puedes. Inmediatamente regresas Netflix y te dejas llevar por la curiosidad, y por ese impulso masoquista de sentir algo intenso, aunque sea doloroso.
El corto inicia con ese piano sutilmente desgarrador, a la vez que los dos protagonistas ─el padre y la madre─ se encuentran sentados en una mesa demasiado larga. Sin mirarse. Sus rostros se observan vacíos. Juegan con la comida.
En ese momento, descubres que todo es gris. Los dibujos están hecho a base de trazos torpes adrede, y no tienen color: sólo blanco, negro, y diferentes tonos de gris. Detrás de los padres se levantan sus sombras, que representan el remolino que llevan por dentro.
Sin darte cuenta, ya estás llorando, pero aún es poco. Casi de manera imperceptible ha aparecido esa fina y afilada hoja que acaricia por dentro. Su caricia se va volviendo más marcada y más profunda a medida que la historia avanza. La madre ha encontrado una prenda de su hija y está a punto de quebrarse. El travieso gato no comprende qué sucede.
La pelota de la más joven de la casa se ha caído accidentalmente y ha abierto la puerta de la habitación. El gato la sigue y el tocadiscos se enciende de manera casi espontánea al toque de la pelota.
La madre escucha esa canción tan familiar. La canción que su pequeña de 10 años escuchaba siempre; la que llevaba en los auriculares durante todos los paseos. Se sienta en la cama y frota la mano sobre el edredón para recordar a su pequeña. El padre la ve. Entra, se sienta a su lado, pero casi no la mira. Está desolado, y no sabe observar más allá de su dolor.
De pronto aparecen los primeros colores. Hermosos tonos pasteles tiñen los recuerdos más bonitos. Los padres observan a su recién nacida; sonríen, están unidos, y unidos la acompañan a crecer. Ella los ama. Ellos los aman. Ella es feliz. Ellos también lo son.
Sin embargo, ¿quién podría imaginar que aquella mañana en que se despidiera sonriente para ir al colegio, sería la última vez? Las sombras se ven consternadas e intentan impedir que la niña se marche. Ella no las ve. Sigue con su camino. Feliz. Las sombras se angustian, pero no pueden impedirlo.
Ella ingresa. La bandera de los Estados Unidos luce brillante en el sobre la pared a la entrada del aula. La bandera luce incluso más brillante que los recuerdos felices. Será que lo que está por suceder es tan americano…
“¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!” Se oye desde adentro. Contienes la respiración. Se observa un celular. En la pantalla se lee “si algo me pasa, los quiero”. El mensaje se diluye. Y “¡bang! ¡bang! ¡bang!”, otra vez.
Te desmoronas.
Los padres siguen sentados en la cama. Dándose la espalda. Parece que un muro de hielo los divide. Un poco más, y estarán completamente solos. De pronto el gato ha notado algo que ellos no han visto. Salta y juguetea con una mano invisible. ¿Qué puede ser? Ellos voltean y lo observan. Es su hija.
Una pequeña sombra se agranda y abraza a los padres. Se convierte en una inmensa bola de luz. Ellos se unen. Ella estará con ellos por siempre.
Ahora ve a limpiarte los ojos…
Ficha técnica