miércoles, 24 de agosto de 2016

El jefe del club (de la pelea)


Por: Alexiel Vidam


"La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy cabreados."


Todos admiramos -en mayor o en menor medida- a Tyler Durden, el tipo rudo, sin miedo, sin lugar ni necesidades, al que conocimos en Fight Club, de David Fincher. Tyler es el tipo fuerte al que admirabas en el colegio, el chico malo al que adoran las chicas, el que no necesita un auto ni una casa llena de objetos caros para sentirse seguro de sí mismo.



En todo sentido y en la manera más literal de la palabra, Tyler Durden es una fantasía… una fantasía en la cabeza de un sujeto mediocre y sin nombre, cuyo rasgo más relevante, es ser un psicótico. Es imposible, sin embargo, hablar de Tyler sin hablar del psicótico sin nombre.


El psicótico sin nombre es, pues, un sujeto que no puede dormir, que tiene un trabajo que detesta con un jefe insoportable. Un tipo flaco, debilucho, sin pena ni gloria, inseguro, coleccionista de todo aquello que el consumismo le hace sentir que le llevará a la realización. En su afán de conciliar el sueño, este “X” consigue refugio en los distintos grupos de autoayuda, de gente que se está muriendo, o que ha sufrido un daño irreparable.


“Cuando la gente cree que te estás muriendo, te escucha, en lugar de esperar su turno para hablar” -ésa es la conclusión a la que llega él… hasta que un acontecimiento “trágico e inesperado” le lleva a entablar relación con el mencionado matón.

Tyler le acoge en su hueco de mala muerte, donde las paredes están descascaradas, la luz se va cuando enciendes las cañerías, y todo, de por sí, luce bastante sucio y destartalado. A Tyler no le preocupan esa “nimiedades”. Él piensa que “todo lo que posees, acabará poseyéndote”, y está dispuesto, desde su estilo de vida, a acabar con ese sistema opresor. Él inspirará a nuestro psicótico protagonista a convertirse -juntos- en el Mesías de una nueva religión anarca, que, generando el caos, pretende devolver al hombre a su estado primigenio.


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