Por: Alexiel Vidam
Una de las cosas que más destacan de Jojo Rabbit, de Taika
Waititi, es el matiz. El matiz de
mostrar el lado vulnerable y cuestionador de una Alemania normalmente definida
como el villano. El matiz de personas que tal vez tuvieron que aceptar algo
por imposición, o de jóvenes cuya inocencia fue corrompida desde temprano, a
fin de crear fantasmas que no existían allí.
El representante
máximo de esa inocencia perdida, es el pequeño Johannes Betzler, también
conocido como “Jojo” (Roman Griffin
Davis); un niño alemán emocionado por su reciente ingreso a las Juventudes
Hitlerianas (un grupo juvenil obligatorio en el que se mezclaba el
adoctrinamiento con campamentos de verano y actividades a lo boy scouts).
Como típico niño de su contexto, Jojo es fan de Hitler, con quien mantiene extensas —y satíricas— pláticas imaginarias. Hitler (Taika Waititi), en su imaginación, cumple el rol de mejor amigo y figura paterna al mismo tiempo, pues su verdadero padre no está; su madre, Rosie (Scarlett Johansson), le ha dicho que está peleando en el frente.
Como típico niño de su contexto, Jojo es fan de Hitler, con quien mantiene extensas —y satíricas— pláticas imaginarias. Hitler (Taika Waititi), en su imaginación, cumple el rol de mejor amigo y figura paterna al mismo tiempo, pues su verdadero padre no está; su madre, Rosie (Scarlett Johansson), le ha dicho que está peleando en el frente.
Para Jojo, hasta este
punto, el mundo es sencillo: se divide en “buenos” y “malos”. Los alemanes,
por supuesto, son los buenos, mientras que los judíos —esos monstruos con
cuernos y escamas, que duermen boca abajo como murciélagos— son los malos, así
como todos los enemigos de Alemania… Hasta
que Jojo descubre a Elsa (Thomasin McKenzie), la niña que su madre esconde en
el ático.
Elsa es judía, y se
convierte en la revolución mental del protagonista, cuando poco a poco se
va acercando a ella, develando mitos y descubriendo sus propios sentimientos.
Jojo está en un dilema: ¿Cómo podría querer a un ser que supuestamente es
demoníaco y se come a los niños nazis? ¿Cómo es que su madre podría haberla
estado escondiendo? Entonces ya nada es
tan claro y Jojo comienza a cuestionar sus propias creencias.
Al mismo tiempo, comienzan las discusiones cada vez más frecuentes con su demandante amigo imaginario, quien intenta constantemente devolverle al camino nazi. Esa representación caricaturesca de Hitler, no es más que la vieja creencia ciega de Jojo, que se resiste a caer por completo.
Al mismo tiempo, comienzan las discusiones cada vez más frecuentes con su demandante amigo imaginario, quien intenta constantemente devolverle al camino nazi. Esa representación caricaturesca de Hitler, no es más que la vieja creencia ciega de Jojo, que se resiste a caer por completo.
Jojo, pues, a pesar
de su corta edad, es un personaje completo y con una evolución bastante
intensa. Es apenas un niño, pero desde un inicio se le impulsa a incubar
ideas radicales acerca de la guerra y dar la vida por el partido.
Sin embargo, tanto su propia sensibilidad como su capacidad para evaluar las cosas que van pasando a su alrededor —con toda su brutalidad— le van llevado a cuestionar el pensamiento que se le había impuesto. Jojo tiene sólo 10 años, pero ha vivido más de la cuenta.
Sin embargo, tanto su propia sensibilidad como su capacidad para evaluar las cosas que van pasando a su alrededor —con toda su brutalidad— le van llevado a cuestionar el pensamiento que se le había impuesto. Jojo tiene sólo 10 años, pero ha vivido más de la cuenta.
Finalmente, cabe resaltar la sorprendente expresividad de este personaje (interpretado con brillantez por Roman Griffin Davis, quien hace aquí
su debut cinematográfico). El pequeño Jojo nos roba el corazón apenas con
una mirada, un gesto, una de sus sonrisas de conejo que le terminan de colocar
el apodo (“Jojo, el conejo”, es el
apodo que le ponen los bullies de las Juventudes Hitlerianos cuando no puede realizar
una cruel tarea que le imponen).
La crudeza de la guerra, de ese mundo de ilusiones que se resquebraja con un fuerte bombardeo de realidad, también es observada a través de sus ojos, que, de manera progresiva, aunque bastante drástica, pierden por completo la ingenuidad.
La crudeza de la guerra, de ese mundo de ilusiones que se resquebraja con un fuerte bombardeo de realidad, también es observada a través de sus ojos, que, de manera progresiva, aunque bastante drástica, pierden por completo la ingenuidad.
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