lunes, 4 de noviembre de 2013

¿Madre ejemplar…?



Rosemary Woodhouse: la madre del demonio


Por: Alexiel Vidam

Si tuviésemos que elegir un personaje del cine al que vaya perfecto el refrán de “porque madre sólo hay una”, ése sería, en mi humilde opinión, Rosemary Woodhouse, la protagonista de El Bebé de Rosemary (también conocida como La Semilla del Diablo), uno de los filmes más populares de Roman Polanski. ¿Por qué? Pues digamos que Rosmary es la única madre que te aceptaría aún si fueses un demonio… en el sentido literal.

Rosemary Woodhouse (Mia Farrow) era una joven clasemediera neoyorquina casada con el actor Guy Woodhouse. Su vida era bastante normal, únicamente alterada por las frustraciones profesionales de su marido, y su anhelo ferviente de tener un bebé. No creía en historias de brujos ni duendes, hasta que se mudó al edificio Bramford, donde, inocentemente, esperaba tener una vida tranquila y feliz.

Las pesadillas de Rosemary
Por las noches empieza a verse acosada por extrañas pesadillas, y durante el día por la entrometida presencia de Minnie y Roman Castevet, la pareja de ancianos del apartamento de al lado. A partir del suicidio de su antigua inquilina, ellos comienzan a acercarse a Rosemary y su marido, haciendo de una suerte de padres sustitutos. Rosemary se siente invadida por ellos, especialmente después de confirmado su embarazo. Minnie la lleva a su médico particular (uno de los más reconocidos del país) y la compromete a beber extraños batidos de hierbas “vitamínicas”. Además, le da un amuleto de la buena suerte que desprende un extraño olor.

La protagonista es una mujer ingenua, delicada y sin mucho carácter. Su poca habilidad para comunicarse le impide transmitir con claridad sus miedos e imponer sus opiniones. Casi siempre se deja llevar por los criterios de otros, en especial por quienes parecen tener mayor experiencia, demostrando suma inseguridad en sí misma. Una de las escenas más inquietantes se da ella despierta de un fuerte desmayo y su esposo le comunica que la ha poseído. Ella se exalta en primera instancia, pero luego lo asume con normalidad. Se trata, pues, de una mujer sometida y acostumbrada a ser casi un objeto de los caprichos de un hombre a quien rara vez se atreve a contradecir. De hecho, durante la primera parte del filme, vemos a Rosemary aceptando las decisiones de su marido y culpándose de los problemas de pareja.


Esto cambia a partir de la segunda mitad, cuando Rosemary empieza a pensar como madre. Puesta en alerta sobre las historias demoníacas que giran en torno al edificio, así como por las extrañas muertes y desgracias ocurridas a seres cercanos, teme por la vida de su hijo. Empieza a asociar las visiones de sus sueños con sonidos raros que escucha y con los dolores poco comunes que siente. Decide pedir ayuda, pero no hay quien le crea. ¿Se está volviendo loca? Parece dudar por momentos, pero cree, en el fondo, que hay algo oscuro detrás. Sin más vueltas que darle, debe defenderse sola hasta las últimas consecuencias.


En este punto, nos damos con otro giro desconcertante y mucho más siniestro que acaba envolviendo al personaje principal…

Una de las escenas más memorables: "¿¡Qué le han hecho a sus ojos?!"

1 comentario: