miércoles, 19 de noviembre de 2014

El puente Einstein-Rosen o lo que Nolan llamó Interstellar


Por: Justino Romano

En un futuro no muy lejano, una “plaga” está asolando el planeta Tierra y ha hecho incultivable cualquier tipo de alimento que no sea el maíz. La humanidad ha dejado de soñar con las estrellas para centrarse en uno de sus instintos más básicos: sobrevivir. Sin embargo, ante el inminente colapso de la civilización, la aparición de un agujero de gusano en nuestro sistema solar que conecta con otra galaxia, podría ser la única oportunidad de la raza humana de prevalecer. Cooper (Matthew McConaughey), un ingeniero relegado a granjero (pues los ingenieros no tienen cabida en este mundo agonizante) viudo y con dos hijos, y antiguo piloto de la desaparecida Nasa, será el encargado de pilotar la nave que, en secreto, tendrá la misión de buscar un planeta habitable en el que la raza humana pueda encontrar refugio.

Con un punto de partida apocalíptico alejado de la visión típica del blockbuster y que se acerca más a películas de autor (como El tiempo del lobo de Michael Haneke o Take Shelter de Jeff Nichols), Nolan ilustra el fin del mundo no tanto como un total caos, sino como una amenaza progresiva, agresiva, lenta e imparable que hemos aceptado con resignación. El realizador británico no quiere mostrar el pánico de una especie ante la extinción, ni profundizar en nuestros aspectos más deplorables como humanos (aunque algo de eso hay también); quiere ir más allá, y hacer hincapié en el aspecto que nos hace únicos como especie: nuestra capacidad de sentir amor.


Nolan ha sido muy criticado por su carácter de robot; por ser una especie de máquina sin sentido del humor que piensa en términos analíticos acerca de la condición humana. Sin embargo, sus películas siempre han dado un peso muy importante a los sentimientos. El protagonista de Memento encontraba su motivación en la venganza, Bruce Wayne (porque a Nolan siempre le interesó más Bruce Wayne que Batman) se movía por su miedo, su sentimiento de justicia y del deber, Cobb -el protagonista de Inception-, buscaba -ante todo- la redención. ¿Pero qué sentimos cuando todo está a punto de acabar y no hay sitio al que huir? ¿Qué vemos a minutos de nuestra muerte? Para Nolan, todo el universo se queda pequeño ante tal sentimiento. El resto es aderezar, usar la ciencia ficción como Romero usaba el terror para la crítica social.

El director británico usa su estatus en la industria para permitirse el lujo de contar una historia que, en sus bases, podría haber contado con la mitad del presupuesto, y la convierte en un viaje único a través de un agujero de gusano a años luz de nuestra galaxia. En manos de algún otro director, esto habría podido ser una chanfaina de enormes dimensiones, pero Nolan es un artesano; un as con la cámara, la puesta en escena y la planificación; hace que todo el viaje merezca la pena. Quizá en esto radique el éxito del director; es capaz de unir intelecto y espectáculo en un sólo recipiente. Nolan es el fundador del blockbuster inteligente, y tal vez por ello sea tan denostado por aquellos a quienes no gustan de su estilo; no es un director al que simplemente se pueda ignorar.


A pesar de ciertos fallos que presenta el guión, escrito codo con codo con su hermano Jonathan, todo queda compensado con la puesta en escena. El estilo sobrio y reflexivo del director encaja a la perfección con la enorme inmensidad del universo mostrado. Ello, sumado a la banda sonora de Hans Zimmer, que abraza sin tapujos el Koyaanisqatsi de Phillip Glass y se aleja de la épica de baratillo en la que se había acomodado en sus últimos trabajos; nos regala una experiencia que relega a Gravity a la categoría de hermana fea.


Las actuaciones tampoco se quedan atrás, porque con un ojo equiparable al de Tarantino para los casting, Nolan se rodea de actores que dan lo mejor de sí. Cabe destacar que Matthew McConaughey aún no había “renacido” como actor serio cuando inició el rodaje, y que este filme anticipa el rol que actualmente se ha ganado en la industria (Oscar de por medio). El otro gran contrapunto es Jessica Chastain, actriz de moda por méritos propios y que se entrega completamente al papel. Junto a ellos Michael Caine en su habitual papel de sabio, y una Anne Hatthaway recién salida de Los Miserables, rostro sufrido incluido.

Mención aparte para las inteligencias artificiales; en opinión de una servidora, los mejores diseños de robots en mucho tiempo.


Interstellar no es la peor ni la mejor película de Nolan; es simplemente la película que el director quería hacer en este momento de su vida, una inquietud que el realizador podía permitirse al tener carta blanca por parte de Warner. A los fans de Nolan les encantará, y a sus haters no les faltarán motivos para ponerla a parir, pero sin duda es una película que no pasa inadevertida, y que es imposible apreciar por completo en un único visionado.



*Para leer éste y otros posts de Justino Romano, visita su blog As Geek.

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