Por: Justino Romano
En un futuro no muy
lejano, una “plaga” está asolando el planeta Tierra y ha hecho incultivable
cualquier tipo de alimento que no sea el maíz. La humanidad ha dejado de soñar con las estrellas para centrarse en uno
de sus instintos más básicos: sobrevivir. Sin embargo, ante el inminente
colapso de la civilización, la aparición de un agujero de gusano en nuestro
sistema solar que conecta con otra galaxia, podría ser la única oportunidad de
la raza humana de prevalecer. Cooper
(Matthew McConaughey), un ingeniero
relegado a granjero (pues los ingenieros no tienen cabida en este mundo
agonizante) viudo y con dos hijos, y antiguo piloto de la desaparecida Nasa, será el encargado de pilotar la nave que,
en secreto, tendrá la misión de buscar un planeta habitable en el que la raza
humana pueda encontrar refugio.
Con un punto de partida
apocalíptico alejado de la visión típica del blockbuster y que se acerca más a
películas de autor (como El tiempo
del lobo de Michael Haneke o Take
Shelter de Jeff Nichols), Nolan
ilustra el fin del mundo no tanto como un total caos, sino como una amenaza
progresiva, agresiva, lenta e imparable que hemos aceptado con resignación.
El realizador británico no quiere mostrar el pánico de una especie ante la
extinción, ni profundizar en nuestros aspectos más deplorables como humanos (aunque
algo de eso hay también); quiere ir más
allá, y hacer hincapié en el aspecto que nos hace únicos como especie: nuestra
capacidad de sentir amor.
Nolan ha sido muy criticado
por su carácter de robot; por ser una especie de máquina sin sentido del humor
que piensa en términos analíticos acerca de la condición humana. Sin embargo,
sus películas siempre han dado un peso muy importante a los sentimientos.
El protagonista de Memento encontraba
su motivación en la venganza, Bruce Wayne (porque a Nolan siempre le interesó
más Bruce Wayne que Batman) se movía por su miedo, su sentimiento de justicia y
del deber, Cobb -el protagonista de Inception-,
buscaba -ante todo- la redención. ¿Pero
qué sentimos cuando todo está a punto de acabar y no hay sitio al que huir?
¿Qué vemos a minutos de nuestra muerte? Para Nolan, todo el universo se queda
pequeño ante tal sentimiento. El resto es aderezar, usar la ciencia ficción
como Romero usaba el terror para la crítica social.
El director británico usa su estatus en la industria para
permitirse el lujo de contar una historia que, en sus bases, podría haber
contado con la mitad del presupuesto, y la convierte en un viaje único a través
de un agujero de gusano a años luz de nuestra galaxia. En manos de algún otro
director, esto habría podido ser una chanfaina de enormes dimensiones, pero Nolan es un artesano; un as con la cámara, la
puesta en escena y la planificación; hace que todo el viaje merezca la pena.
Quizá en esto radique el éxito del director; es capaz de unir intelecto y
espectáculo en un sólo recipiente. Nolan
es el fundador del blockbuster inteligente, y tal vez por ello sea tan
denostado por aquellos a quienes no gustan de su estilo; no es un director al
que simplemente se pueda ignorar.
A pesar de ciertos fallos que presenta el guión, escrito codo con codo con su hermano Jonathan, todo queda
compensado con la puesta en escena. El
estilo sobrio y reflexivo del director encaja a la perfección con la enorme
inmensidad del universo mostrado. Ello, sumado a la banda sonora de Hans
Zimmer, que abraza sin tapujos el Koyaanisqatsi
de Phillip Glass y se aleja de la épica de baratillo en la que se había acomodado
en sus últimos trabajos; nos regala una experiencia que relega a Gravity a la categoría de hermana fea.
Las actuaciones tampoco se quedan atrás, porque con un ojo
equiparable al de Tarantino para los casting, Nolan se rodea de actores que dan
lo mejor de sí. Cabe destacar que Matthew McConaughey
aún no había “renacido” como actor serio cuando inició el rodaje, y que
este filme anticipa el rol que actualmente se ha ganado en la industria (Oscar
de por medio). El otro gran contrapunto es Jessica
Chastain, actriz de moda por méritos propios y que se entrega completamente al
papel. Junto a ellos Michael Caine en su habitual papel de sabio, y una Anne
Hatthaway recién salida de Los Miserables,
rostro sufrido incluido.
Mención aparte para
las inteligencias artificiales; en opinión de una servidora, los mejores
diseños de robots en mucho tiempo.
Interstellar no es la peor ni la mejor película de Nolan; es
simplemente la película que el director quería hacer en este momento de su
vida, una inquietud que el realizador podía permitirse al tener carta blanca
por parte de Warner. A los fans de Nolan
les encantará, y a sus haters no les
faltarán motivos para ponerla a parir, pero sin duda es una película que no pasa
inadevertida, y que es imposible apreciar por completo en un único visionado.
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