domingo, 16 de julio de 2023

La melancolía premonitoria de unas Crónicas Marcianas

Por: Alexiel Vidam

Terminar de leer Crónicas Marcianas, de Ray Bradbury, genera un inevitable sentimiento de melancolía… y algo de frustración. El mensaje del libro es claro: a pesar de tantos años de Historia, no aprendemos nada.

Ray Bradbury fue contemporáneo a la II Guerra Mundial, y el impacto que le dejó la foto de una casa vacía posterior a la bomba atómica, inspiró directamente uno de los cuentos de su libro (titulado Vendrán lluvias suaves). En él, una casa inteligente, cuyos habitantes han muerto en contexto de guerra, lucha por “mantenerse viva”. Pero el mundo se acaba.

Y este pensamiento apocalíptico fue, precisamente, el que impulsó la carrera espacial entre 1955 y 1988. Estados Unidos y la URSS, temerosos de acabar con la Tierra a raíz de sus propios juguetes bélicos, comenzaron a buscar nuevos lugares en los que la humanidad pudiese sobrevivir, y sus respectivas banderas colonizar. En esa búsqueda fue que llegamos al espacio en 1961, y específicamente a la Luna, en 1969.

Sin embargo, Bradbury escribió Crónicas Marcianas entre 1945 y 1950. La carrera espacial aún no había empezado; este hombre la visualizó. Nuestra supervivencia la pedía a gritos. Así que, tal vez a modo de advertencia, tal vez por mero placer artístico, plasmó en cada página, desde la premonición de futuras guerras (hoy, con el enfrentamiento entre Rusia y Ucrania, este libro no deja de estar vigente), hasta el efecto invernadero, cuyas consecuencias son cada vez más innegables. En el primer cuento de la antología, titulado El verano del cohete, se habla ya de temperaturas climáticas muy por encima del estándar.

Otro detalle sobremanera interesante, es la estructura propia del libro. Cuenta con 28 relatos ubicados entre 1999 y 2026 (aunque la versión en inglés de 1997 traslada la acción, 31 años más adelante, entre 2030 y 2057), iniciando las primeras exploraciones humanas en el Planeta Rojo y continuando con la migración progresiva de quienes persiguen un nuevo “sueño americano”. Aunque los cuentos funcionan a la perfección de manera independiente, todos pertenecen a un mismo contexto y línea cronológica, de modo que lo más adecuado es leerlos en orden secuencial (hay personajes que vuelven a ser mencionados, por cierto).

En esta versión futurista del “encuentro entre dos mundos”, los seres humanos pasamos a ser los invasores, y los marcianos los invadidos. Ellos pertenecen a una sociedad más evolucionada que la nuestra. Han desarrollado poderes telepáticos y han aprendido a vivir en armonía, logrando compatibilizar incluso conceptos a simple vista discordantes, como ciencia, arte y religión. ¿Su único pecado? Olvidarse de la guerra, y de que los peores enemigos siempre son invisibles.

El ser humano, por su parte, aunque primitivo, actúa como una plaga que infesta todo y genera decadencia. Destruye lo clásico para imponer lo propio (“porque es mejor”), lleva sus vicios al espacio exterior y olvida que los mismos fueron los causantes de su propio éxodo. Así, un virus humano toma por sorpresa a los nativos, y los va extinguiendo hasta que nos hacemos dueños del planeta, hasta que nos volvemos los nuevos marcianos.

No obstante, nuestra Historia persiste en ser una paradoja, y así como llegamos, nos vamos, y así como creamos, abandonamos. La guerra llama a los soldados a casa, y también a los melancólicos que, atraídos por la curiosidad, prefieren morir en tierra conocida, junto a gente conocida. Tras la destrucción de su cultura ancestral, Marte será abandonado… hasta que acabemos con lo que queda de la Tierra, y nos veamos obligados a volver marchar, esta vez sin retorno.

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