Por: Eva Maria Corbella Pérez
Los biopics son terrenos pantanosos donde muchos cineastas triunfan o
son vilipendiados hasta extremos poco comunes. El debutante Simon Curtis
realiza Mi Semana con Marylin, una briosa película sin aparente coherencia
rítmica, que, sin embargo, resulta agradable al espectador por lo inocente y
ligera de su propuesta.
Con la premisa del rodaje de El Príncipe y la Corista,
protagonizada por Laurence Olivier y Marilyn Monroe, Curtis rescata a Kenneth
Branagh para un formidable papel que bien le ha valido una nominación al
mejor actor de reparto. Su recreación de la complicada personalidad del gran
intérprete inglés resulta más que notable confeccionando uno de los mejores
papeles del metraje. Sin embargo, y como contrapunto a priori perfecto,
encontramos a una Michelle Williams
que se deja la piel en el intento de emular a un mito sexual de los años 50;
pero he de reconocer que soy uno de esos escépticos que no consiguen creerse su
recreación en la película.
Williams es una gran actriz, una de las jóvenes promesas que
Hollywood debe tener presente en los próximos años de Historia del Cine. Sus
interpretaciones en, por ejemplo, Brokeback Mountain o Blue Valentine
la han catapultado a convertirse en una intérprete de calidad y potencial
extraordinarios. Sin embargo, emular a Marilyn
Monroe es una tarea compleja que nadie debería haber elegido jamás.
Michelle Williams no guarda ningún parecido, siquiera lejano, con la diva,
aunque, para hacer la debida justicia, he de afirmar que el intento de Williams
es ampliamente destacable tanto en el aspecto físico como, sobre todo, en el
psicológico. Con este papel, la actriz amplia su registro interpretativo y se
catapulta a un puesto en el estrellato de la industria cinematográfica
estadounidense.
Lo que sí se manifiesta en el filme, es aquello de lo que
numerosos actores y directores se quejaron al trabajar con Marilyn: su
inutilidad para memorizar los guiones y sus continuas poses perfectas hartaron
a cineastas como Billy Wilder, y
enfurecieron a intérpretes como Tony
Curtis o el propio Laurence Olivier.
La importante presencia que tenía Marilyn Monroe en la gran pantalla, las
fotografías o las premieres, se quedaba vacía cuando pisaba un plató y debía
memorizar las líneas de sus papeles, casi siempre protagonistas.
Simon Curtis
utiliza el viejo recurso del “cine dentro de cine” para contar una trama que se
centra en un joven asistente de dirección que es testigo de aquello de lo que
todos los aficionados al cine queremos ver alguna vez en nuestras vidas: las
tensiones en un rodaje, las lecturas de guión, el rodaje. La intrahistoria del
cine es casi más importante que la propia película; es ahí donde radica la
magia de Mi Semana con Marilyn. La historia, basada en el libro escrito por el
propio protagonista de la película, Colin
Clark, rescata una época del cine en la que las estrellas del celuloide
brillaban con luz propia indiferentemente de los problemas internos detrás de
las cámaras, algo de lo que en la actualidad estamos harto enterados.
Mi Semana Con Marilyn es una película interesante, poco intensa
en cuanto al ritmo de la acción, pero un buen documento para acercarnos a dos
auténticas estrellas de la época dorada del cine: Olivier y Monroe, Monroe y
Olivier, dos personalidades con trayectorias diferentes que juntaron sus
destinos tal y como se refleja aquí.
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