viernes, 29 de junio de 2012

Retratando a Marilyn



Por: Eva Maria Corbella Pérez

Los biopics son terrenos pantanosos donde muchos cineastas triunfan o son vilipendiados hasta extremos poco comunes. El debutante Simon Curtis realiza Mi Semana con Marylin, una briosa película sin aparente coherencia rítmica, que, sin embargo, resulta agradable al espectador por lo inocente y ligera de su propuesta.

Con la premisa del rodaje de El Príncipe y la Corista, protagonizada por Laurence Olivier y Marilyn Monroe, Curtis rescata a Kenneth Branagh para un formidable papel que bien le ha valido una nominación al mejor actor de reparto. Su recreación de la complicada personalidad del gran intérprete inglés resulta más que notable confeccionando uno de los mejores papeles del metraje. Sin embargo, y como contrapunto a priori perfecto, encontramos a una Michelle Williams que se deja la piel en el intento de emular a un mito sexual de los años 50; pero he de reconocer que soy uno de esos escépticos que no consiguen creerse su recreación en la película.

Williams es una gran actriz, una de las jóvenes promesas que Hollywood debe tener presente en los próximos años de Historia del Cine. Sus interpretaciones en, por ejemplo, Brokeback Mountain o Blue Valentine la han catapultado a convertirse en una intérprete de calidad y potencial extraordinarios. Sin embargo, emular a Marilyn Monroe es una tarea compleja que nadie debería haber elegido jamás. Michelle Williams no guarda ningún parecido, siquiera lejano, con la diva, aunque, para hacer la debida justicia, he de afirmar que el intento de Williams es ampliamente destacable tanto en el aspecto físico como, sobre todo, en el psicológico. Con este papel, la actriz amplia su registro interpretativo y se catapulta a un puesto en el estrellato de la industria cinematográfica estadounidense.


Lo que sí se manifiesta en el filme, es aquello de lo que numerosos actores y directores se quejaron al trabajar con Marilyn: su inutilidad para memorizar los guiones y sus continuas poses perfectas hartaron a cineastas como Billy Wilder, y enfurecieron a intérpretes como Tony Curtis o el propio Laurence Olivier. La importante presencia que tenía Marilyn Monroe en la gran pantalla, las fotografías o las premieres, se quedaba vacía cuando pisaba un plató y debía memorizar las líneas de sus papeles, casi siempre protagonistas.

Simon Curtis utiliza el viejo recurso del “cine dentro de cine” para contar una trama que se centra en un joven asistente de dirección que es testigo de aquello de lo que todos los aficionados al cine queremos ver alguna vez en nuestras vidas: las tensiones en un rodaje, las lecturas de guión, el rodaje. La intrahistoria del cine es casi más importante que la propia película; es ahí donde radica la magia de Mi Semana con Marilyn. La historia, basada en el libro escrito por el propio protagonista de la película, Colin Clark, rescata una época del cine en la que las estrellas del celuloide brillaban con luz propia indiferentemente de los problemas internos detrás de las cámaras, algo de lo que en la actualidad estamos harto enterados.

Mi Semana Con Marilyn es una película interesante, poco intensa en cuanto al ritmo de la acción, pero un buen documento para acercarnos a dos auténticas estrellas de la época dorada del cine: Olivier y Monroe, Monroe y Olivier, dos personalidades con trayectorias diferentes que juntaron sus destinos tal y como se refleja aquí.

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