Por: Alexiel Vidam
La Marquesa de Merteuil es uno de los personajes más perversos pero
también de los más seductores con los que me he topado a través de mi historial
como cinéfila. Es una mujer apasionada, intensa e inteligente como ella misma,
pero posee un corazón lleno de perfidia, sentimientos de venganza y crueldad.
Ella, interpretada por Glenn Close en la película Dangerous Liasions (Amistades Peligrosas),
es una libertina francesa del S. XVIII, que disfruta de realizar estrategias de
corrupción entre los miembros de la corte, especialmente entre aquellos que
destacan por su virtud. Su mano derecha, amante, y mejor aliado, es el Vizconde de Valmont (John Malkovich), hacia
quien prodiga sentimientos encontrados: por una parte, una profunda atracción
que ella se atreve a llamar amor, y por otra parte, un odio igual de
desenfrenado. ¿El motivo? Que éste “aligerase” su antiguo affaire casi
simbiótico, convirtiéndolo en una suerte de “amistad con beneficios”. Ella siente, por este motivo, en una suerte de
duelo contra él, el cual espera ganar mediante todas las manipulaciones
posibles; de modo que se desencadena entre ambos una fuerte lucha de voluntades
y de maquinaciones maquiavélicas.
La Marquesa no es una rival en absoluto fácil. Su oscura
inteligencia le ha permitido por años vivir bajo la máscara de mujer virtuosa
frente a la sociedad, tanto así que las damas de alta sociedad, entre ellas su
prima, Madame Volanges (Swoosie Kurtz),
recurren a ella para pedir consejo cuando se trata de educar a sus hijas. Es
mediante la instrucción de Cécile
Volanges (Uma Thurman), hija de la ya mencionada prima, que la Marquesa
idea un complejísimo plan de venganza en contra de Valmont, y de otro antiguo
amante, el Señor de Bastide. Bastide
pretende casarse con Cécile, y Merteuil está dispuesta a robarle hasta el mínimo
rasgo de castidad a la muchacha, para convertir a Bastide en el hazmerreír de
la nobleza. Le encarga a Valmont la labor de corromperla, quien inicialmente
se niega por encontrar la tarea demasiado sencilla.
No obstante, para beneficio de la Marquesa, Valmont está
encaprichado con corromper a la virtuosa Madame
de Tourvel (Michelle Pfeiffer), y para conseguir su objetivo, necesita de
su ayuda, de modo que termina aceptando el encargo de la Marquesa, a cambio de
que ésta acceda a volver a acostarse con él. Ella acepta sólo a cambio de que,
una vez logrado su objetivo, él le pruebe por escrito, que la Marquesa de
Tourvel efectivamente ha caído en sus redes.
El problema de Valmont está en que una mujer nunca perdona
una estocada al corazón… o a lo más parecido al corazón, en el caso de la
Marquesa (que vendría a ser el ego), y cuando él se muestra enamorado de su
víctima, la Marquesa, en la cima de sus celos, consigue culminar la estrategia
perfecta para provocarle el más profundo dolor jamás sentido.
Sin duda, la Marquesa
de Merteuil, es la viva imagen de la hipocresía y el libertinaje de la alta
sociedad prerrevolucionaria. Quienes hayan tenido la oportunidad de leer al Marqués de Sade, sentirán que ella
cabría perfectamente en una de sus novelas. Es una mujer llena de “capas” y de
intrigas, un personaje delicioso y detestable a la vez… capaz de hacernos
experimentar hacia él, los mismos sentimientos encontrados que guarda hacia los
otros.
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