Por: Alexiel Vidam
Por cultura general, todos tenemos una idea de quién fue John F. Kennedy y, sobre todo, sobre su trágica muerte antes de completar el tercer año de mandato. Sin embargo, por este lado del mundo se conocía poco o nada sobre quien, en muchos aspectos fue su mano derecha y estuvo junto a él en el preciso momento de su muerte; me refiero a Jacqueline Kennedy, a quien se solía llamar, afectuosamente, “Jackie”. Recientemente, muchos hemos tenido la oportunidad de descubrir a Jackie a través del filme homónimo de Pablo Larraín, protagonizado brillantemente por Natalie Portman, la galardonada actriz de El Cisne Negro (nominada también al Oscar por este nuevo personaje).
A todo esto… ¿quién fue Jacqueline Kennedy?
Fue durante su trabajo en prensa que conoció a John Fitzgerald Kennedy, entonces senador y candidato a la presidencia de los Estados Unidos. Si bien la atracción fue inmediata, las fuentes coinciden en que John F. Kennedy se casó más por imagen que otra cosa… y todo indica que Jackie era consciente de que su prometido nunca renunciaría a sus otros romances, sólo que, según lo indica su versión interpretada por Portman: “Hay dos tipos de mujeres; las que quieren poder en el mundo, y las que quieren poder en la cama”, y al parecer, Jackie compensaría el desamor con la posibilidad de viajar y el placer de transmitir cultura y arte a los norteamericanos.
Pienso que la película sabe captar con excelencia y precisión esa atmósfera de dignidad que Jackie era capaz de transmitir, esa elegancia y esa agudeza para responder siempre con la frase certera. Vale decir que, aunque muchos en su momento se centraron sólo en el carisma y el estilo de moda que impuso Jackie, ella fue mucho más que una cara bonita y un vestido impresionante. Jackie una mujer imponente que, con su carisma y su intelecto, logró conquistar a las masas, llegando inclusive a marcar la diferencia de votos que le dio la victoria presidencial a su marido.Cabe anotar que -además- Jackie ejerció como embajadora capaz de mitigar conflictos y estrechar lazos con otros países.
Uno de los momentos, a mi parecer, más interesantes y reveladores de la Jackie de Portman, es cuando le confiesa al sacerdote que todo lo que hace, no lo hace realmente por “Jack” (como solía llamar a su esposo), sino por ella misma. Y es que si algo nos deja claro el filme, es que Jackie fue una mujer que buscó, desde siempre y en todo momento, marcar una diferencia (como mujer, como madre, como Primera Dama). Tal vez lo irónico es que -según las fuentes y el propio guión de la película- a ella no le gustaba ni la fama ni las grandes multitudes… pero asumió que se había convertido en una Kennedy, y su modo de llenar el vacío era dejar una huella en la historia. Jackie y su vestido manchado de sangre lo lograron.
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