Por: Alexiel Vidam
Y en una jugada Orwelleana ─atención a la ironía─, Netflix captó mi sed de películas y series distópicas, y decidió mostrarme La Valla en sus recomendaciones. Fue así que caí de lleno en otro escenario decadente y sumamente adictivo.
La Valla, de Daniel Écija, nos traslada a España en el año 2045, después de la III Guerra Mundial. A modo de premonición, la serie nos presenta un mundo al borde del colapso por la escasez de recursos y la aparición de un virus mortal que se extiende rápidamente entre la población, y que hasta el momento no tiene cura (¿les suena en algo?).
El miedo y la inseguridad han puesto en jaque a la monarquía parlamentaria, llevándola hasta su disolución, y poniendo el poder en manos de una dictadura militar con ciertos rasgos que recuerdan al régimen Francisco Franco.
"Las personas tenían mucho miedo y querían gobiernos muy fuertes que garantizasen su seguridad. (...) Lo malo, es que esos gobiernos fueron los que provocaron la guerra (...). Y en nombre de esa seguridad, pues nos quitaron lo más importante que tenemos las personas, (...) la libertad".
La ciudad se encuentra dividida en dos sectores: En el sector 1 se encuentran los ricos y poderosos, vinculados al régimen; en el sector 2, se encuentran todos los demás, sobreviviendo en medio de la pobreza, los cortes de luz, la falta de agua y la opresión de la ley marcial.
La división de sectores, es marcada por una inmensa valla que evita que los ricos se mezclen con los pobres, que son los primeros en caer victimas del noravirus. Para cruzar la valla se necesita un salvoconducto especial firmado por alguien del sector 1.
En medio de este escenario, seguimos la lucha de una familia que bien podría representar a todos los que viven en el sector 2 ─con excepción, tal vez, de los “informantes”, espías que reciben cierta protección, a cambio de vender a cualquiera que se atreva a cuestionar el poder estatal─.
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Begoña (Ángela Vega) es la odiosa informante del edificio donde viven los protagonistas. |
Los protagonistas son Julia
(Olivia Molina), su cuñado Hugo
(Unax Ugalde), y Emilia (Ángela
Molina) ─su madre─. El meollo del
asunto empieza cuando Hugo llega a Madrid junto a su hermano Álex (Daniel Ibáñez) y su hija Marta (Laura Quirós) para encontrarse
con Emilia, la madre de su difunta esposa. Casi de inmediato, Marta le es
arrebatada a Hugo con la excusa de que él aún no tiene trabajo (los fines
detrás de esto, son bastante oscuros, por cierto).
En paralelo, Julia se ve casualmente envuelta en el asesinato de un policía muy cercano al Presidente. Estas circunstancias trágicas irán uniendo sus caminos y a la vez despertando viejos vínculos familiares con el grupo de la Resistencia.
Los personajes están muy bien construidos, en especial, los roles femeninos, que tienden a liderar a los masculinos. Entre las mujeres más interesantes de la serie, encontramos a Emilia ─sumamente astuta y de mucha acción, a pesar de su edad─, Julia ─con un marcado sentido de la justicia, que, irónicamente, la lleva a cometer un crimen─, y, por supuesto, Alma (Eleonora Wexler), la retorcida esposa del ministro de sanidad, quien ejerce el poder a través de la manipulación y resulta ser el personaje más dominante de la historia.
Como “mención honorífica”, me gustaría mencionar a Rosa (Elena Seijo), la ama de llaves de la casa del ministro; un personaje tan gris que a veces nos resulta difícil identificarla como aliada o como enemiga.
De los personajes masculinos, podríamos destacar a Luis (Abel Folk), Carlos (Juan Blanco) e Iván (Nicolás Illoro). Luis, es el ministro de interior; un hombre que se ha resignado y acomodado a las circunstancias, pero que va despertando a la vez que la realidad le explota en las narices. Carlos, es el novio de Julia, un militar en retiro que actúa de aliado en las sombras.
Iván, por su parte, es el engreído hijo mayor de Luis, quien pasa de ser un completo idiota, a mostrar su lado más sensible y valiente. En este caso, la mención honorífica sería para Fernando Navarro (Óscar de la Fuente), un sádico policía que se ve ahogado en la tragedia y acaba por convertirse en héroe.
Cabe resaltar que estos personajes, tan bien pensados, no terminarían de convencer si no fuese por el nivel de las actuaciones. La expresividad con que plasman la evolución y los matices de los roles que representan, es sencillamente admirable.
A mi parecer, la que más sobresale, es la interpretación de Eleonora Wexler, pues considero que Alma López-Durán no se consagraría como la villana detestable que es, si no fuese por su brillante interpretación.
En cuanto a la parte estética, la producción enfatiza en el anacronismo, haciendo metáfora de una de las más lamentables paradojas de la humanidad: la de retroceder pretendiendo avanzar. A diferencia de otras historias distópicas, donde al menos se observa un claro avance tecnológico, La Valla nos presenta un evidente retroceso (al punto en que los celulares prácticamente no existen).
Esta sensación de contramarcha se ve enfatizada por los ambientes deteriorados y una fotografía que prioriza en colores opacos y desaturados. Por si fuese poco, el himno de Nueva España le pone la nota escalofriante a toda esta atmósfera.
Como cierre, veo necesario señalar que esta metáfora es la reflexión más profunda que la serie pretende ─y consigue─ transmitir, pues la misma se mantiene y se reafirma ─cual cachetada─ al final de la historia.
Ficha técnica
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