Por Gianfranco Hereña
El hombre limpia la escena de un suicidio. Apenas llega a su
casa, se desinfecta, tira las llaves y se agacha a recogerlas. Es un obsesivo
del orden y la pulcritud. Hay oficios que se aprenden y otros con los que se
nace. Queda claro que para Eusebio (Javier Prada), protagonista de El Limpiador,
esta segunda opción es la que encaja con mayor precisión.
Lima está sumergida
en una pandemia y él, empleado del Ministerio de Salud, recoge los cuerpos
inertes de cientos o acaso miles de ciudadanos víctimas de un extraño virus. Su
mundo interno se resquebraja cuando en una de esas incursiones descubre a un
niño cuya madre ha muerto.
Ahora, casi sin quererlo, deberá de trastocar el obsesivo impulso de mantenerlo todo a raya y hacerse cargo del menor que, de una forma u otra, trata de evadir el peligro aislándose de distintas formas (primero en un armario, luego en una caja de cartón y finalmente en un casco de ciclista).
Ahora, casi sin quererlo, deberá de trastocar el obsesivo impulso de mantenerlo todo a raya y hacerse cargo del menor que, de una forma u otra, trata de evadir el peligro aislándose de distintas formas (primero en un armario, luego en una caja de cartón y finalmente en un casco de ciclista).
Toda la película se articula bajo esta idea. Silencios
prolongados y tenebrosos. Ritmo pausado. Diálogos tan breves que por sí mismos
logran incrustar la idea del temor a hablar por miedo a infectarse. La pandemia
es tan fuerte que toda la capital yace en cuarentena. Los escasos seres que
merodean las calles andan con mascarillas o se suicidan tras enterarse que
padecen del mal (tal es el caso del primer individuo descrito al inicio).
Eusebio ha consagrado
su vida plenamente al trabajo que realiza. Es un hombre tan solitario que la
llegada del niño, por momentos, consigue que descubramos en él visos de
felicidad.
Aunque queda lejos de crear el impacto de la muy grata y
memorable Whisky (Montevideo, 2004),
El
Limpiador ofrece una mirada hacia la rutina diaria. Escenas que se
repiten día tras día, vidas recortadas por la desolación, el aburrimiento y la
sumisión.
Adrián Saba ha logrado proponer una alternativa “distinta” a lo
proyectado en el cine nacional durante los últimos años. Cuenta con la
impecable dirección de fotografía de alguien que sabe lo que hace y nos
muestra, con planos muy bien trabajados, las principales edificaciones de Lima
sumidas en un vacío profundo, casi espectral.
*Nota: Te recomendamos darle una visita a El Buen Librero, el blog de literatura de Gianfranco Hereña: http://elbuenlibrero.blogspot.com/
Lástima que solo la den en Cineplanet de San Borja.
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