lunes, 22 de abril de 2013

El fenómeno de ¡Asu Mare!



Por: Ricardo Bedoya*

¡Asu mare! es un fenómeno, no cabe duda. Estaba previsto que lo fuera y asistimos a la confirmación. Los ingredientes: Un protagonista muy conocido y carismático, como Carlos Alcántara. Figuración de actores populares. Un teaser circulando hace varios meses. Un tráiler eficaz que permitía el reconocimiento del público con situaciones, un tipo de humor y lugares. Una campaña de publicidad previa inmensa. Una atención mediática sin precedentes para una película peruana. Un lanzamiento masivo en salas, al estilo blockbuster*. Es decir, una estrategia pensada y un lanzamiento profesional e inteligente.

Por otro lado, la fórmula del actor famoso de la televisión y el espectáculo que lleva al cine su propia figura o personaje ha demostrado ser rentable entre nosotros (Nemesio, de Oscar Kantor, con Tulio Loza, fue un gran éxito en 1969) y fuera: Santiago Segura en España, Diego Capusotto en Argentina, Stefan Kramer en Chile, entre otros.

La película misma está hecha con el modelo de la película masiva, de la “comedia local”, pero que respeta al espectador y no lo subestima, como ha ocurrido en otros casos. ¡Asu mare! quiere gustar, pero no de cualquier manera ni empleando golpes bajos: tiene una factura cuidadosa, una dirección artística elaborada, una preocupación por el acabado formal. La película no es una sucesión de chabacanos sainetes ni el remedo de los sketches de algún programa cómico de la televisión.

Dicho esto, también diremos que ¡Asu mare! es una conjunto de viñetas más o menos logradas, más o menos graciosas, más o menos hilvanadas,  siempre coloridas y costumbristas. Todas al servicio del relato biográfico de Cachín y del socorrido discurso aspiracional que los peruanos de hoy debemos suscribir so pena de herejía o traición a la patria.

Tal vez, por eso, los mejores momentos de ¡Asu mare!  son los menos aleccionadores, los más faltosos, los que muestran al protagonista, en modo de registro documental, luciéndose sobre un escenario mientras ilustra sus estrategias de seducción y baile. O los de su juventud con el pelo rizado, en el servicio militar, o estafado con el “cuento del cine”,  o en la fiesta donde se choca con las dos “pitucas”. ­­­O el diseño visual de aquellas escenas que recrean ciertas texturas de los sesenta en escenarios que simulan ser vidrieras de la vieja Oeschle Juguetes. Encuadres frontales sobre espacios que parecen retablos o casas de muñecas, en el estilo de un pálido y franciscano Wes Anderson.

Y los momentos menos logrados son los de la decadencia personal, la bola roja y la redención, que incluye  la jarana simbólica de la inclusión social, con música afroperuana,  donde se disuelven las diferencias y se olvidan las distinciones porque el triunfo está a la vuelta de la esquina. La cámara lenta sobre el baile de la pareja subraya no sé qué etéreo sentimiento de pertenencia a una comunidad que es pura Marca Perú. Es la apoteosis donde el chico del colegio Mirones que encontró a la chica del San Silvestre, para luego perderla, la reencuentra pero convertido él mismo en un chico de la televisión.

Es una trayectoria personal que solicita la identificación, la complicidad, la empatía. Y una memoria compartida de los últimos cincuenta años de la historia menuda y cotidiana: Monterrey, Ferrando, Carmín, los barrios de Lima, la música popular, los estilos de baile, Pataclaun y hasta los millones de intis. Pero no los apagones, los atentados, la violencia, la corrupción y el miedo.  No, esas experiencias no están aquí, tal vez porque aún no es tiempo de tratarlas con humor. En fin, no hay que ser aguafiestas
idiana: la de
recordándolas.


En el camino, Cachín se reconcilia con su propia identidad, aprende a pronunciar las letras de las canciones en inglés, su hermano deja de ser el nerd que le preguntaba el nombre hasta a las piedras, sus amigos maleados se redimen bajo la tutela bienhechora del logo de Brahma, le da las gracias a su madre por la severidad, se prueba  a sí mismo que puede conquistar a la chica de la fiesta sin necesidad de ser un surferito y, tal vez, en un ajuste de cuentas que trasciende las fronteras de la ficción, se saca el clavo por la estafa de la película inexistente:  la firme, la de verdad, ¡Asu mare!, puede llegar, fácil, a los dos millones de espectadores.

El éxito de ¡Asu mare! es magnífico para el cine peruano. Para todo el cine peruano, que es amplio y diverso y no como lo quisieran algunos desinformados. Es un éxito que clama por la puesta al día de las medidas de promoción estatal al cine peruano y no por su desactivación, como piensan algunos. Y no sólo para garantizar la diversidad de las películas producidas. También para potenciar el cine comercial y su llegada al público. No se trata de promover sólo lo marginal, lo experimental o lo hermético, ni de apostar únicamente por “primeras obras”.

Las políticas públicas de promoción del cine en casi todos los países reservan parte de sus recursos  a los proyectos destinados a un público amplio y hasta masivo. La razón: una película nacional exitosa es un factor que familiariza al público con su cine, que crea un colchón para otros proyectos, que genera recursos para lo que debería ser el modelo de producción cinematográfica: de inversión privada con apoyo del Estado.

¿Y por qué apoyo del Estado?

Porque un éxito como el de ¡Asu mare! es excepcional. No todas las películas peruanas pueden producirse del mismo modo, ni tienen los mismos ingredientes, ni hay un Cachín de por medio, ni consiguen un acceso privilegiado a las salas de cine.

El Comercio publica un increíble y desinformado editorial que pone el suceso de una película como justificación para olvidar la figurar de la “cuota de pantalla” que el Perú reservó como medida de aplicación facultativa en el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos. Para el despistado editorialista, el éxito de una película mata la necesidad de una cuota de pantalla, cuando es exactamente al revés. La figura de la cuota de pantalla se establece y se regula en proporción al éxito de las películas nacionales. En España, el suceso de las películas de Santiago Segura, o de Amenábar, o de Almodóvar, genera un aumento de la cuota de pantalla. Es decir, se incrementan las horas reservadas para la proyección de cintas españolas al año siguiente. En otras palabras, los grandes éxitos nacionales abren paso al estreno de películas más pequeñas y más frágiles.

“Pero es una exhibición forzada”, dirán algunos. ¿Pero acaso no existe una “cuota de pantalla” tácita que funciona a favor de los blockbusters? ¿Las salas de cine no programan “huesos” a cambio de la pulpa que llega con los estrenos veraniegos del Norte?

En fin, este tema es polémico y da para mucho más. Por ahora, lo dejamos ahí.



*Crítico de cine y profesor de la Universidad de Lima. Formó parte del Consejo Editorial de las revistas Hablemos de Cine yLa Gran Ilusión. Director del programa televisivo El placer de los ojos. Ha publicado 100 años de cine en el Perú: Una historia crítica, Entre fauces y colmillos: Las películas de Francisco Lombardi, Un cine reencontrado: Diccionario ilustrado de las películas peruanas, El cine silente en el Perú y El cine sonoro en el Perú.

** Para revisar éste y otros posts de Ricardo Bedoya, visita su blog Páginas del Diario de Satán: http://www.paginasdeldiariodesatan.com

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