Por: Ricardo Bedoya*
¡Asu mare! es un fenómeno, no cabe duda. Estaba previsto que lo
fuera y asistimos a la confirmación. Los ingredientes: Un protagonista muy
conocido y carismático, como Carlos Alcántara. Figuración de actores populares.
Un teaser circulando hace varios meses. Un tráiler eficaz que permitía el
reconocimiento del público con situaciones, un tipo de humor y lugares. Una
campaña de publicidad previa inmensa. Una atención mediática sin precedentes
para una película peruana. Un lanzamiento masivo en salas, al estilo blockbuster*. Es decir, una estrategia
pensada y un lanzamiento profesional e inteligente.
Por otro lado, la fórmula del actor famoso de la televisión
y el espectáculo que lleva al cine su propia figura o personaje ha demostrado
ser rentable entre nosotros (Nemesio, de Oscar Kantor, con Tulio Loza,
fue un gran éxito en 1969) y fuera: Santiago Segura en España, Diego Capusotto
en Argentina, Stefan Kramer en Chile,
entre otros.
La película misma está hecha con el modelo de la película
masiva, de la “comedia local”, pero
que respeta al espectador y no lo subestima, como ha ocurrido en otros casos. ¡Asu
mare! quiere gustar, pero no de cualquier manera ni empleando golpes
bajos: tiene una factura cuidadosa, una dirección artística elaborada, una
preocupación por el acabado formal. La película no es una sucesión de
chabacanos sainetes ni el remedo de los sketches de algún programa cómico de la
televisión.
Dicho esto, también diremos que ¡Asu mare! es una
conjunto de viñetas más o menos logradas, más o menos graciosas, más o menos
hilvanadas, siempre coloridas y
costumbristas. Todas al servicio del relato biográfico de Cachín y del socorrido discurso aspiracional que los peruanos de
hoy debemos suscribir so pena de herejía o traición a la patria.
Tal vez, por eso, los mejores momentos de ¡Asu
mare! son los menos
aleccionadores, los más faltosos, los que muestran al protagonista, en modo de
registro documental, luciéndose sobre un escenario mientras ilustra sus estrategias
de seducción y baile. O los de su juventud con el pelo rizado, en el servicio
militar, o estafado con el “cuento del cine”,
o en la fiesta donde se choca con las dos “pitucas”. O el diseño
visual de aquellas escenas que recrean ciertas texturas de los sesenta en
escenarios que simulan ser vidrieras de la vieja Oeschle Juguetes. Encuadres frontales sobre espacios que parecen
retablos o casas de muñecas, en el estilo de un pálido y franciscano Wes Anderson.
Y los momentos menos logrados son los de la decadencia
personal, la bola roja y la redención, que incluye la jarana simbólica de la inclusión social,
con música afroperuana, donde se
disuelven las diferencias y se olvidan las distinciones porque el triunfo está
a la vuelta de la esquina. La cámara lenta sobre el baile de la pareja subraya
no sé qué etéreo sentimiento de pertenencia a una comunidad que es pura Marca Perú.
Es la apoteosis donde el chico del colegio Mirones que encontró a la chica del San
Silvestre, para luego perderla, la reencuentra pero convertido él mismo
en un chico de la televisión.
Es una trayectoria personal que solicita la identificación,
la complicidad, la empatía. Y una memoria compartida de los últimos cincuenta
años de la historia menuda y cotidiana: Monterrey, Ferrando, Carmín, los barrios de Lima, la música popular, los estilos de baile, Pataclaun y hasta los millones de intis. Pero no los apagones, los atentados, la violencia, la
corrupción y el miedo. No, esas
experiencias no están aquí, tal vez porque aún no es tiempo de tratarlas con
humor. En fin, no hay que ser aguafiestas
idiana: la de
recordándolas.
idiana: la de
recordándolas.
El éxito de ¡Asu mare! es magnífico para el cine
peruano. Para todo el cine peruano, que es amplio y diverso y no como lo quisieran
algunos desinformados. Es un éxito que clama por la puesta al día de las
medidas de promoción estatal al cine peruano y no por su desactivación, como
piensan algunos. Y no sólo para garantizar la diversidad de las películas
producidas. También para potenciar el cine comercial y su llegada al público. No
se trata de promover sólo lo marginal, lo experimental o lo hermético, ni de
apostar únicamente por “primeras obras”.
Las políticas públicas de promoción del cine en casi todos
los países reservan parte de sus recursos
a los proyectos destinados a un público amplio y hasta masivo. La razón:
una película nacional exitosa es un factor que familiariza al público con su
cine, que crea un colchón para otros proyectos, que genera recursos para lo que
debería ser el modelo de producción cinematográfica: de inversión privada con
apoyo del Estado.
¿Y por qué apoyo del Estado?
Porque un éxito como el de ¡Asu mare! es excepcional.
No todas las películas peruanas pueden producirse del mismo modo, ni tienen los
mismos ingredientes, ni hay un Cachín
de por medio, ni consiguen un acceso privilegiado a las salas de cine.
El Comercio
publica un increíble y desinformado editorial que pone el suceso de una
película como justificación para olvidar la figurar de la “cuota de pantalla” que el Perú reservó como medida de aplicación facultativa en el Tratado de Libre Comercio con
los Estados Unidos. Para el despistado editorialista, el éxito de una
película mata la necesidad de una cuota de pantalla, cuando es exactamente al
revés. La figura de la cuota de pantalla
se establece y se regula en proporción al éxito de las películas nacionales.
En España, el suceso de las películas de Santiago Segura, o de Amenábar, o de
Almodóvar, genera un aumento de la cuota de pantalla. Es decir, se incrementan
las horas reservadas para la proyección de cintas españolas al año siguiente. En
otras palabras, los grandes éxitos nacionales abren paso al estreno de
películas más pequeñas y más frágiles.
“Pero es una exhibición forzada”, dirán algunos. ¿Pero acaso
no existe una “cuota de pantalla” tácita que funciona a favor de los
blockbusters? ¿Las salas de cine no programan “huesos” a cambio de la pulpa que
llega con los estrenos veraniegos del Norte?
En fin, este tema es polémico y da para mucho más. Por
ahora, lo dejamos ahí.
*Crítico de cine y profesor de la Universidad de Lima. Formó parte del Consejo Editorial de las revistas Hablemos de Cine yLa Gran Ilusión. Director del programa televisivo El placer de los ojos. Ha publicado 100 años de cine en el Perú: Una historia crítica, Entre fauces y colmillos: Las películas de Francisco Lombardi, Un cine reencontrado: Diccionario ilustrado de las películas peruanas, El cine silente en el Perú y El cine sonoro en el Perú.
*Crítico de cine y profesor de la Universidad de Lima. Formó parte del Consejo Editorial de las revistas Hablemos de Cine yLa Gran Ilusión. Director del programa televisivo El placer de los ojos. Ha publicado 100 años de cine en el Perú: Una historia crítica, Entre fauces y colmillos: Las películas de Francisco Lombardi, Un cine reencontrado: Diccionario ilustrado de las películas peruanas, El cine silente en el Perú y El cine sonoro en el Perú.
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