jueves, 30 de abril de 2015

“La Maldición de la Flor Dorada”: Un complejo drama sobre pasión, poder y sangre



Por: Alexiel Vidam

Recuerdo haber visto La Maldición de la Flor Dorada –de Zhang Yimou-, en el cine, allá por el 2006 –apenas se estrenó-. Desde entonces la he visto unas cinco veces más en momentos bastante espaciados. El efecto es el mismo: una película impresionante. Su seductora fotografía e impactante dirección de arte, la descubren como una joya desde el primer segundo. Pero la cosa no queda ahí: el argumento es un entreverado tejido de drama y ambición sobre la decadencia familiar en una de las dinastías más poderosas de China antigua. Está protagonizada por el experimentado Chow Yun-Fat y por la siempre compleja Gong Li.


La decadencia del Imperio

El filme nos traslada a China, durante la era de la Dinastía Tang –hace más de mil años-, una de las más poderosas, ricas y cultivadas que ha existido en dicha nación. Cuenta la leyenda que los funcionarios de la Dinastía Tang eran eruditos y expertos en Artes Marciales; que su época significó el apogeo de la literatura, y que la gente tenía tanto dinero que uno podía dejar la puerta abierta sin miedo a que le roben.

Sin embargo, ésta no es una historia de armonía y buena fortuna, sino de corrupción en medio de la riqueza. El Emperador (Chow Yun Fat), envenena a diario a su esposa (Gong Li), con una supuesta medicina que busca, en verdad, volverla loca. La Emperatriz, por su parte, planea un levantamiento, a la vez que mantiene una ilícita cercanía con su hijastro, el primogénito del emperador. El argumento, que hasta aquí ya pinta espinoso y complicado, se enreda aún  más, de manera progresiva, gracias a la ambición de sus personajes secundarios y a la aparición de algún fantasma del pasado.


De lo bueno… lo mejor

Siempre he amado las historias con giros sorprendentes y personajes redondos. En este sentido, La Maldición de la Flor Dorada me da en la yema del gusto. Cuenta con momentos inesperados que van dando un rumbo distinto a la historia y la llenan de puntos de climax. El ritmo no es denso en ningún momento, sino que atrapa y mantiene al espectador en una montaña rusa de intrigas y emociones. Esto último, en buena cuenta, gracias a la complejidad de sus personajes.

La Emperatriz (Gong Li), a quien podríamos considerar protagonista de la historia, no es una heroína, mas tampoco una villana. Es una mujer movida por la pasión y la frustración, y que posee la inteligencia y el carácter necesarios para planear una estratagema liberadora. A fin de conseguirlo puede hacer el bien o hacer el mal, proteger a aquellos con quienes se identifica o que le apoyan en su causa, y deshacerse cruelmente de sus enemigos. Aun así, podríamos decir que ella es una víctima de la tiranía el Emperador (Chow Yun-Fat), su marido, quien es presentado como un ser sin escrúpulos, a quien nada parece importar más que el propio poder. El personaje de Chow Yun-Fat, es un genio siniestro, un hombre con una inteligencia y capacidad de deducción digna de su cargo, pero utilizados únicamente para su propia ambición.

El Emperador (Chow Yun-Fat)

Por otra parte, están los tres hijos del emperador, con personalidades muy distintas entre sí: Yuan Shiang (Liu Ye), el príncipe heredero, es un joven sin carácter ni ganas de ser emperador, miedoso, débil y entregado a sus propias pasiones, un muñeco de su padre y de su madre adoptiva; Yuan Jie (Jay Chou), segundo hijo del Emperador y primero de la Emperatriz, por su parte, es un muchacho noble que quiere y respeta a sus padres por igual, pero se siente sumamente afectado por el secreto que le revela su madre, cosa que le lleva a convertirse en su primer aliado; finalmente el príncipe Yuan Cheng (Qin Junjie), el más joven de los tres, al principio no parece aportar mucho a la película; le vemos un poco apartado, como el “hijo menos importante”, hasta que repentinamente empezamos a verle escuchando y observando con sigilo; no es un personaje para menospreciar.

La emperatriz y su hijo Yuan Jie

A este grupo, además, se suman los personajes de la corte, que, aunque con menos protagonismo, aportan información que afecta de manera importante a la trama. Nos hallamos, pues, ante un guión inteligente donde cada personaje, hasta el más secundario, mueve una ficha clave dentro de la historia.


El príncipe Yuan Chen

Finalmente, quisiera recalcar algo que ya he señalado líneas arriba: la dirección artística y la fotografía son una belleza. Dicho en sencillo: los escenarios están muy bien reconstruidos, el vestuario y la ornamentación revelan la riqueza a niveles escandalosos, a su vez que los trajes femeninos ceñidos al cuerpo remarcan la sensualidad (y esto, si bien para algunos ha sido motivo de crítica, considero que es un punto a favor tomando en cuenta que el sexo es uno de los principales motores de discordia en el argumento). Por otra parte, el uso del color es un ingrediente fundamental en la construcción de la imagen. Saturado, cálido, violento. Está estrechamente ligado al poder y al dramatismo, pero además colorea las escenas y remarca atmósferas o caracteres. El dorado está presente en todo; es un color que atrae pero que a la vez quema la mirada con su brillantez, un color que pronto llegamos a percibir como intimidante –cuando le vemos encarnado en la figura del Emperador-, y más al ir acompañado de una música estremecedora, que tensa y advierte de la próxima amenaza.



Ficha técnica 

Dirección: Zhang Yimou
Producción: William Kong, Zhang Weiping, Zhang Yimou
Guión: Zhang Yimou, Wu Nan, Bian Zhihong
Idea original: Cao Yu (basada en su obra La Tempestad)
Música: Shigeru Umebayashi
Fotografía: Zhao Xiaoding
Reparto: Chow Yun-fat, Gong Li, Jay Chou, Liu Ye, Qin Junjie
País: China
Año: 2006
Género: Drama, épico, Artes Marciales
Idioma: Chino mandarín
Duración: 114 minutos





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