Recuerdo haber visto La Maldición de la Flor Dorada –de Zhang Yimou-,
en el cine, allá por el 2006 –apenas se estrenó-. Desde entonces la he visto
unas cinco veces más en momentos bastante espaciados. El efecto es el mismo:
una película impresionante. Su seductora fotografía e impactante dirección de
arte, la descubren como una joya desde el primer segundo. Pero la cosa no queda
ahí: el argumento es un entreverado tejido de drama y ambición sobre la
decadencia familiar en una de las dinastías más poderosas de China antigua.
Está protagonizada por el experimentado Chow Yun-Fat y por la siempre compleja
Gong Li.
La decadencia del Imperio
El filme nos traslada a China, durante la era de la Dinastía Tang –hace más de mil años-, una de las más poderosas, ricas y cultivadas que ha existido en dicha nación. Cuenta la leyenda que los funcionarios de la Dinastía Tang eran eruditos y expertos en Artes Marciales; que su época significó el apogeo de la literatura, y que la gente tenía tanto dinero que uno podía dejar la puerta abierta sin miedo a que le roben.
Sin embargo, ésta no
es una historia de armonía y buena fortuna, sino de corrupción en medio de la
riqueza. El Emperador (Chow Yun Fat), envenena a diario a su esposa (Gong
Li), con una supuesta medicina que busca, en verdad, volverla loca. La
Emperatriz, por su parte, planea un levantamiento, a la vez que
mantiene una ilícita cercanía con su hijastro, el primogénito del emperador. El
argumento, que hasta aquí ya pinta espinoso y complicado, se enreda aún más, de manera progresiva, gracias a la
ambición de sus personajes secundarios y a la aparición de algún fantasma del
pasado.
De lo bueno… lo mejor
Siempre he amado las historias con giros sorprendentes y
personajes redondos. En este sentido, La Maldición de la Flor Dorada me da
en la yema del gusto. Cuenta con
momentos inesperados que van dando un rumbo distinto a la historia y la llenan
de puntos de climax. El ritmo no es denso en ningún momento, sino que atrapa y mantiene al espectador en una
montaña rusa de intrigas y emociones. Esto último, en buena cuenta, gracias a la complejidad de sus personajes.
La Emperatriz (Gong
Li), a quien podríamos considerar protagonista de la historia, no es una
heroína, mas tampoco una villana. Es una
mujer movida por la pasión y la frustración, y que posee la inteligencia y el
carácter necesarios para planear una estratagema liberadora. A fin de
conseguirlo puede hacer el bien o hacer el mal, proteger a aquellos con
quienes se identifica o que le apoyan en su causa, y deshacerse cruelmente de
sus enemigos. Aun así, podríamos decir
que ella es una víctima de la tiranía el Emperador (Chow Yun-Fat), su marido,
quien es presentado como un ser sin escrúpulos, a quien nada parece importar
más que el propio poder. El personaje de
Chow Yun-Fat, es un genio siniestro, un hombre con una inteligencia y
capacidad de deducción digna de su cargo, pero utilizados únicamente para su
propia ambición.
Por otra parte, están los tres hijos del emperador, con
personalidades muy distintas entre sí: Yuan
Shiang (Liu Ye), el príncipe heredero, es un joven sin carácter ni ganas de ser
emperador, miedoso, débil y entregado a sus propias pasiones, un muñeco de
su padre y de su madre adoptiva; Yuan Jie
(Jay Chou), segundo hijo del Emperador y primero de la Emperatriz, por su
parte, es un muchacho noble que quiere y
respeta a sus padres por igual, pero se siente sumamente afectado por el
secreto que le revela su madre, cosa que le lleva a convertirse en su
primer aliado; finalmente el príncipe
Yuan Cheng (Qin Junjie), el más joven de los tres, al principio no parece
aportar mucho a la película; le vemos un poco apartado, como el “hijo menos
importante”, hasta que repentinamente empezamos a verle escuchando y observando
con sigilo; no es un personaje para menospreciar.
A este grupo, además, se suman los personajes de la corte,
que, aunque con menos protagonismo, aportan información que afecta de manera
importante a la trama. Nos hallamos,
pues, ante un guión inteligente donde cada personaje, hasta el más secundario, mueve
una ficha clave dentro de la historia.
El príncipe Yuan Chen |
Finalmente, quisiera recalcar algo que ya he señalado líneas
arriba: la dirección artística y la fotografía son una belleza. Dicho en
sencillo: los escenarios están muy bien
reconstruidos, el vestuario y la ornamentación revelan la riqueza a niveles
escandalosos, a su vez que los trajes femeninos ceñidos al cuerpo remarcan la
sensualidad (y esto, si bien para algunos ha sido motivo de crítica,
considero que es un punto a favor tomando en cuenta que el sexo es uno de los principales motores de discordia en el argumento).
Por otra parte, el uso del color es
un ingrediente fundamental en la construcción de la imagen. Saturado, cálido, violento. Está estrechamente
ligado al poder y al dramatismo, pero además colorea las escenas y remarca
atmósferas o caracteres. El dorado está
presente en todo; es un color que atrae pero que a la vez quema la mirada con
su brillantez, un color que pronto llegamos a percibir como intimidante –cuando
le vemos encarnado en la figura del Emperador-, y más al ir acompañado de una
música estremecedora, que tensa y advierte de la próxima amenaza.
Ficha técnica
Dirección: Zhang Yimou
Producción: William Kong, Zhang Weiping, Zhang Yimou
Guión: Zhang Yimou, Wu Nan, Bian Zhihong
Idea original: Cao Yu (basada en su obra La
Tempestad)
Música: Shigeru Umebayashi
Fotografía: Zhao Xiaoding
Reparto: Chow Yun-fat, Gong Li, Jay Chou, Liu Ye, Qin Junjie
País: China
Año: 2006
Género: Drama, épico, Artes Marciales
Idioma: Chino mandarín
Duración: 114 minutos
*Para ver la película online, click aquí.
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