
Me atraen las películas sobre confraternidad entre mujeres. Así fue que, luego de luchar contra con la computadora por instalar la película excusa del post de ésta noche el tiempo que corresponde (que no se pierda la costumbre), elegí ver Criadas y Señoras (2011), filme norteamericano dirigido por Tate Taylor y protagonizado por Emma Stone, Bryce Dallas Howard, Ahna O'Reilly, Mike Vogel, Sissy Spacek.
Bueh, eso de mencionar parte del “elenco” fue la parte protocolar del asunto. Quiero desprenderme de éstas cuestiones, pero todavía no puedo. A los que les desagrade, pido paciencia, y a los que no, les digo que en horabuena no sean como yo, y sepan ver que una y otra cosa están condenadas a caminar pegadas entre las mentes para dar al todo un sentido.
En fin, antes de dedicarme a descuajeringar (palabra de vieja), a una película de la que confío puede aflorar resbalosa y felizmente una crítica jugosa - dado que no le estoy mandando un correo a la pared - voy a contarles de qué va la trama.
Y dice así
Eugenia Feelan (alias Skeeter), es una joven y recién graduada periodista que regresa en los años 60 de la Universidad a su pueblo natal en Mississipi, para dar reencuentro a sus tradicionales y despreocupados padres, y a sus regias,

Sabemos desde el primer momento que éste personaje se configura como aquel que va contra la corriente en Mississippi. No se ha casado ni le interesa, usa ropas y maneras sencillas y su interés rebasa por mucho aquel del chismorreo sobre el vecindario, orientándose hacia el saber y la escritura.
¿La intelectual-oveja negra del pueblo? Esa es una de las piruetas de la película, pero no por eso la llamamos rechazada. Pese a su aura de solterona a los 23 años (cualidad dibujada como inconcebible para la época en el pueblo) para madre y amigas, y su pasión por los estudios y el trabajo vistos con suspicacia, no podemos decir que no se integre. Sin embargo, el personaje está condenado a alejarse paulatina y públicamente (a nuestros ojos) de su círculo, en la medida en que virará su mirada hacia la vida de las sirvientas negras de la clase acomodaticia del pueblo, y las injusticias de su día a día, en una sociedad donde la mentalidad colonial y esclavista convive al interior de la más cruda vertiente republicana de los Estados Unidos. Y a partir de entonces es que agarramos carnecita.

Trabajar como negro para vivir como blanco
En la primera escena de la película, vemos a Skeeter en una oficina empapelada presentándole un esmerado currículum vitae y cartas de recomendación al editor de un periódico. Ahí conseguiría su primer trabajo luego de graduarse. Todavía con miedo dada su corta edad, le dejarán el camino abierto para escribir sobre cualquier cosa que la inquiete (aquí me permito señalar por primera vez un defecto de la película, esto no me parece verosímil). ¿En dónde encontrará tema? En su infancia, en la historia sobre la sirvienta que la crió y que abandonó misteriosamente tras 29 años de servicio la casa de sus padres, y en más de una docena de testimonios que habrá de recopilar de las sirvientas negras del pueblo para convertir en un libro, The Help (Las sirvientas), buscando cambiar – o siquiera llamar la atención – frente a las leyes que, dicta la película, no les permitían por ejemplo usar el mismo baño que los dueños de casa, ni pasar por la puerta principal, o dejar como herencia de una generación a otra una negra, sin mencionar el miserable sueldo…


Peruchos: ¿Algo de esto les suena familiar? Y no, no hablo solo del trato a las empleadas, ni de la misa que calma peligrosos rebeldes. Tampoco voy a irme por las ramas. Esa es su tarea. No diré nada que les suene evidente muy a pesar de que muchos de nosotros no vayamos a ser capaces de aplicarlo en nuestro día a día, y tampoco voy a victimizar a nuestros ciudadanos “de segunda categoría”, cosa de la que creo sí peca la película (comprensible por su corte romántico hollywoodense). Todo lo que les pediré es que aten cabos en vez de acabar de leer, y limpiarse el culo con éste post y conmigo.

La cagué. Me fui por las ramas. Los invito a la reflexión, y ahora, por tiempo y dados mis escasos conocimientos de historia norteamericana, paso a cuestiones estéticas.

Las tomas. Esa media luz en donde nadan mujeres en primer plano pasándose confidencias con mirada de complicidad, viva y visceral, concentran la esencia de la película: El cuestionamiento social en secreto.
Sabían las sirvientas que quejarse de sus jefes “públicamente” (aunque con los nombres cambiados) les podía costar la libertad, o al menos el trabajo. La valentía y fortaleza femeninas están muy bien trabajadas, y el concepto de que la unión hace la fuerza, estéticamente, cae a pelo. Los hombres, al estar totalmente apartados de cuestiones domésticas, más bien casi no figuran, y algunas mujeres muestran lo peor del género (así dibujado, yo pienso), lo que sus intrigas para hundir al otro infundadas en el odio pueden lograr, o cómo su maltrato sutil puede destruir.
Me gusta la luz y la oscuridad de las mujeres. Me gusta el retrato de las mujeres.

Los lugares comunes. No hay nada que aborrezca más en el arte que los lugares comunes. Y esta película está plagada de ellos en cuanto a los personajes. En horabuena que me gustaron las caracterizaciones, porque si no, no habría escrito sobre ésta película. La mala es mala. La buena es buena. Los inocentes son inocentes. La blanca ridícula-cute que no encaja y se pasa al “lado oscuro de la fuerza” (oscuro… ¿entendieron? Bueh) dice “presente”. Las amigas de la mala sin voz, yala. Sus maridos empresarios exitosos, yala. La madre estrambótica que no entiende a su hija con cerebro, yala. La abuela que ríe porque la locura la ha llevado más allá del bien y del mal, yala. La negra sarcástica pero de buen corazón, yala. La negra protagonista plena de sabiduría de pueblo. La negra menuda temerosa que es sacrificada. La blanca que viene a salvarlas…la blanca que viene a salvarlas…

Belleza rosa

Las relaciones humanas, pese a la capa “superficial” que le provee la caracterización propia y personal de los personajes en cuestión, están bañadas de candidez (si hablamos de personajes “buenos”), o de frivolidad (si hablamos de los “malos”), y hasta la escenografía y el vestuario son “lindis”.
No hay marañas implícitas, no hay secretos, no hay dobles sentidos ni misterios por resolver en la cabeza del espectador, todo está dado, y esto a mi parecer hace parte de la estética rosa.
No señalo todo esto con ánimos de echarle lodo (si así fuera no le hubiese dado un espacio especial), lo hago porque éste es el sello de la película. Y bueno, qué más les puedo decir, a mí me tocó. Me recordó a mi infancia, en una casona con menos luz pero así de grande como éstas, y de aun más viejas épocas. A mí no me crió ninguna negra, pero sí una y otra y después otra empleada doméstica y a todas las quise mucho, especialmente a la primera, y entonces encontré la cereza del pastel que sin querer buscaba para parir éste post que me ha dejado tan satisfecha. Gracias! Hasta pronto!
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