Por: Gianfranco Hereña
El hombre quedó congelado en una mueca inerte. Gaston Leroux (autor de la obra
literaria El Fantasma de la Ópera) se hundió en su butaca, como si de
pronto cada extremidad le pesara una tonelada. Impávido, viró los ojos hacia su
alrededor y comprobó entonces lo que tanto había temido: el cine y la
literatura estaban perfectamente emparentados, más no por ello eran hermanas de
un mismo vientre. Aterrorizado, recibió la cascada de aplausos como premio a lo
que acababa de ver, más no sobre aquello que había escrito tiempo atrás.
Esta situación (ficticia, claro está) probablemente no
guarde relación alguna con lo que en realidad ocurrió durante aquella memorable
función de El Fantasma de la ópera. En cambio, sí me queda claro que este
fue el punto de quiebre entre libros y películas.
Son numerosos e indistintos los ejemplos a citar, pero el
objetivo de este breve apunte es señalar la importancia de vender a las
películas y los libros como productos diferenciados. Es decir, me basaré en
ejemplos que tienen como punto de partida a esa versión de El Fantasma de la Ópera
dirigida por Rupert Julián (1925).
Otra realidad
En tiempos donde el cine era todavía mudo, quedaba claro que
los actores debían mostrar una enorme capacidad histriónica. Esto, sumado a la
necesidad de mostrar texto en la pantalla, convertía al cine en un espacio
capaz de conducir a la literatura hacia un nuevo horizonte. Rupert Julián empezó a gestar la idea
concebida desde un punto de vista diferente y asimilando lo mejor de sus
antecesores (Othelo, 1922).
Para no perder la brújula del relato, designó al propio Leroux como guionista y no dudó en llamar a actores de renombre entre los que destaca, sobre
todo, Lon Chaney, mítico mil caras estadounidense y estrella de Hollywood a
mediados de los años veinte. Esta mixtura entre lo audiovisual y lo
escrito, funcionó como un buen maridaje. Influye también la forma en cómo se
representa lo escrito en lo visual. Para no aturdir al espectador con pomposas
descripciones, el encuadre* funcionó a medida de lo esperado para la época.
Ayuda, hay que decirlo, el terreno sobre el cual está siendo
narrada la historia. Es decir, hablamos de la belle epoque *de París, en una Francia no tan distante al tiempo
donde fue concebido el film y eso influyó mucho para que esta versión, a mi
gusto, sea una de las mejores adaptaciones hechas a la obra de Leroux.
Descarto por unanimidad a los edulcorados finales
Hollywoodenses posteriores. Porque para decir mucho, se necesita hablar muy
poco, sino pregúntenle a Rupert Julián.
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*La Belle Epoque abarca el período comprendido a finales del siglo XIX hasta
1914 en París. Esta época se destaca especialmente por el gran número de
artistas que salieron a flote y fundaron movimientos tan representativos como
el Fauvismo y el Expresionismo. El fantasma de la Ópera fue publicado en 1910,
quince años antes de la versión cinematográfica de Rupert Julián.
* El encuadre es la composición
gráfica de cada toma (los elementos de la pantalla y cómo están colocados). La
principal virtud del cine mudo consistía en abarcar un gran número de detalles
para suplir la ausencia de audio. En el caso del fantasma de la ópera, estos
hablan por sí mismos. Ni mucho ni poco, la cuota justa.
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