Por: Gianfranco Hereña
El hombre quedó congelado en una mueca inerte. Gaston Leroux (autor de la obra
literaria El Fantasma de la Ópera) se hundió en su butaca, como si de
pronto cada extremidad le pesara una tonelada. Impávido, viró los ojos hacia su
alrededor y comprobó entonces lo que tanto había temido: el cine y la
literatura estaban perfectamente emparentados, más no por ello eran hermanas de
un mismo vientre. Aterrorizado, recibió la cascada de aplausos como premio a lo
que acababa de ver, más no sobre aquello que había escrito tiempo atrás.

Son numerosos e indistintos los ejemplos a citar, pero el
objetivo de este breve apunte es señalar la importancia de vender a las
películas y los libros como productos diferenciados. Es decir, me basaré en
ejemplos que tienen como punto de partida a esa versión de El Fantasma de la Ópera
dirigida por Rupert Julián (1925).
Otra realidad

Para no perder la brújula del relato, designó al propio Leroux como guionista y no dudó en llamar a actores de renombre entre los que destaca, sobre
todo, Lon Chaney, mítico mil caras estadounidense y estrella de Hollywood a
mediados de los años veinte. Esta mixtura entre lo audiovisual y lo
escrito, funcionó como un buen maridaje. Influye también la forma en cómo se
representa lo escrito en lo visual. Para no aturdir al espectador con pomposas
descripciones, el encuadre* funcionó a medida de lo esperado para la época.
Ayuda, hay que decirlo, el terreno sobre el cual está siendo
narrada la historia. Es decir, hablamos de la belle epoque *de París, en una Francia no tan distante al tiempo
donde fue concebido el film y eso influyó mucho para que esta versión, a mi
gusto, sea una de las mejores adaptaciones hechas a la obra de Leroux.
Descarto por unanimidad a los edulcorados finales
Hollywoodenses posteriores. Porque para decir mucho, se necesita hablar muy
poco, sino pregúntenle a Rupert Julián.
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* El encuadre es la composición
gráfica de cada toma (los elementos de la pantalla y cómo están colocados). La
principal virtud del cine mudo consistía en abarcar un gran número de detalles
para suplir la ausencia de audio. En el caso del fantasma de la ópera, estos
hablan por sí mismos. Ni mucho ni poco, la cuota justa.
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