domingo, 27 de enero de 2013

Del papel a la pantalla

“Nunca juzgues a un libro por su película”


Por: Gianfranco Hereña

El hombre quedó congelado en una mueca inerte. Gaston Leroux (autor de la obra literaria El Fantasma de la Ópera) se hundió en su butaca, como si de pronto cada extremidad le pesara una tonelada. Impávido, viró los ojos hacia su alrededor y comprobó entonces lo que tanto había temido: el cine y la literatura estaban perfectamente emparentados, más no por ello eran hermanas de un mismo vientre. Aterrorizado, recibió la cascada de aplausos como premio a lo que acababa de ver, más no sobre aquello que había escrito tiempo atrás.

Esta situación (ficticia, claro está) probablemente no guarde relación alguna con lo que en realidad ocurrió durante aquella memorable función de El Fantasma de la ópera. En cambio, sí me queda claro que este fue el punto de quiebre entre libros y películas.

Son numerosos e indistintos los ejemplos a citar, pero el objetivo de este breve apunte es señalar la importancia de vender a las películas y los libros como productos diferenciados. Es decir, me basaré en ejemplos que tienen como punto de partida a esa versión de El Fantasma de la Ópera dirigida por Rupert Julián (1925).


Otra realidad

En tiempos donde el cine era todavía mudo, quedaba claro que los actores debían mostrar una enorme capacidad histriónica. Esto, sumado a la necesidad de mostrar texto en la pantalla, convertía al cine en un espacio capaz de conducir a la literatura hacia un nuevo horizonte. Rupert Julián empezó a gestar la idea concebida desde un punto de vista diferente y asimilando lo mejor de sus antecesores (Othelo, 1922).


Para no perder la brújula del relato, designó al propio Leroux como guionista y no dudó en llamar a actores de renombre entre los que destaca, sobre todo, Lon Chaney, mítico mil caras estadounidense y estrella de Hollywood a mediados de los años veinte. Esta mixtura entre lo audiovisual y lo escrito, funcionó como un buen maridaje. Influye también la forma en cómo se representa lo escrito en lo visual. Para no aturdir al espectador con pomposas descripciones, el encuadre* funcionó a medida de lo esperado para la época.


Ayuda, hay que decirlo, el terreno sobre el cual está siendo narrada la historia. Es decir, hablamos de la belle epoque *de París, en una Francia no tan distante al tiempo donde fue concebido el film y eso influyó mucho para que esta versión, a mi gusto, sea una de las mejores adaptaciones hechas a la obra de Leroux.

Descarto por unanimidad a los edulcorados finales Hollywoodenses posteriores. Porque para decir mucho, se necesita hablar muy poco, sino pregúntenle a Rupert Julián.

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*La Belle Epoque abarca el período comprendido a finales del siglo XIX hasta 1914 en París. Esta época se destaca especialmente por el gran número de artistas que salieron a flote y fundaron movimientos tan representativos como el Fauvismo y el Expresionismo. El fantasma de la Ópera fue publicado en 1910, quince años antes de la versión cinematográfica de Rupert Julián.

* El encuadre es la composición gráfica de cada toma (los elementos de la pantalla y cómo están colocados). La principal virtud del cine mudo consistía en abarcar un gran número de detalles para suplir la ausencia de audio. En el caso del fantasma de la ópera, estos hablan por sí mismos. Ni mucho ni poco, la cuota justa.

** Finalmente, un regalito de Cinematosis Crónica: La película completa para ver online.


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