Por: Alexiel Vidam
Compré la película Lucy, sobre todo interesada por el autor:
Luc Besson, directorazo a quien ya
había gozado en El Profesional y Juana de Arco. La reseña del DVD más
bien no era tan atractiva: “Lucy es una
joven obligada a hacer de burrier para transportar una nueva y poderosa droga. Por
accidente, uno de los paquetes se revienta en su estómago y, al estar en contacto
con la sustancia, obtiene poderes psíquicos que la convierten en una asesina
letal”.
Sin embargo, tratándose de un filme de Besson, tenía que
arriesgarme a verlo. Intuía que, viniendo de él, Lucy no podía ser un
policial cualquiera… y tenía razón.
Desde el primer
momento, la película impacta, tanto por su velocidad como por clima alucinógeno.
Nos hallamos en un país extraño, con una lengua rara y una estética chillona.
Los colores estridentes están por todos lados. De pronto nosotros -espectadores-
tenemos la sensación de que la bolsa de CPH4 se hubiese roto en nuestro propio
interior. Vemos mediante los ojos de
Lucy. Experimentamos su angustia, en un primer momento; cuando es
amenazada, torturada y secuestrada por los gánsteres coreanos. Luego nos
sentimos poderosos. Tenemos la capacidad mental para controlarlo todo, hasta
los objetos o a las personas que nos rodean. Nos convertimos en una suerte de "dios", inalcanzable e indestructible, al mismo tiempo que nos vamos desligando de toda emoción humana.
Según este filme, los
seres humanos sólo manejamos el 10% de nuestro cerebro. Al estar en contacto
con la CPH4 (sustancia química que permite al feto desarrollar todos los
huesos y músculos), Lucy logra acceder
al 100% de su capacidad cerebral, consiguiendo un dominio total sobre el
espacio y el tiempo. Ella logra inclusive viajar a otras épocas y encontrarse con el primer ser humano
primitivo.
Ahora, esta premisa
tan interesante, sería, irónicamente, el punto flaco de la película, el que le
restaría verosimilitud. ¿A qué me refiero? Pues a que ya está comprobado por la neurología actual que la teoría que plantea
el filme es falsa. No usamos solamente el 10% del cerebro, sino el cerebro
en su totalidad, sólo que utilizamos distintas zonas, de manera independiente,
en diferentes momentos. Este mito -atribuido a una mala cita de Albert Einstein-,
no obstante, está bastante extendido, y al parecer llegó a estafar a un entusiasmado
Luc Besson, quien alucinó con las capacidades que podríamos desarrollar de tener
acceso al 90% de cerebro que, supuestamente, no utilizamos. Para el ojo conocedor,
haber patinado con una falacia como ésta le resta mucho peso al argumento, y por
lo tanto, buena cantidad de puntos al filme en su totalidad.
Yo opino que
definitivamente fue un “fail” del director no haber investigado lo
suficiente (tal vez si planteaba la teoría de un modo un tanto distinto,
atribuyendo quizás el desarrollo de los poderes, a una mayor explotación de las
mismas neuronas o a una mejor conexión entre ellas, la cosa hubiese funcionado mejor).
A pesar de ello, me parece que si
dejamos este punto de lado, el producto artístico funciona como tal. La trama está
desarrollada de tal manera que nos mantiene angustiados (y atentos), a la vez que atrapa con su atmósfera violenta y deshumanizante. Esta última,
está determinada por los recursos del decorado, un interesante uso del montaje (lleno de metáforas visuales), y el muy bien elegido
soundtrack. Destaca su interesante
combinación entre música clásica y electrónica, que, aunque de naturalezas opuestas,
sincronizan a la perfección en este filme plagado de emociones agudas.
Ficha técnica:
Director: Luc Besson
Productor: Virginie Silla
Guión: Luc Besson
Fotografía: Thierry Arbogast
Música: Éric Serra
Montaje:
Luc Besson
Reparto:
Scarlett Johansson, Morgan
Freeman, Amr Waked, Choi Min-Sik
País: Francia
Género: Acción, Ciencia Ficción
Idiomas: Inglés, Coreano, Francés, Chino
Año: 2014
Duración: 89 minutos
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