Por: Alexiel Vidam
Después de enviciarme con Carol, de Todd Haynes, el siguiente paso era
bastante predecible (o al menos para mí): leer
la novela. Para quienes no lo sabían, esta película se inspiró en la novela
homónima de Patricia Highsmith, que
inicialmente se lanzó con el título El precio de la sal, y bajo el
pseudónimo de Claire Morgan. No es
la primera novela de Highsmith que se traslada al cine, dicho sea de paso. El pionero en llevar una de sus historias a
la pantalla grande, fue Alfred Hitchcock, quien adaptó Dos extraños en un tren en 1951.
**ATENCIÓN A SPOILERS**
**ATENCIÓN A SPOILERS**

La forma en que ella y Carol se conocen, si bien ha sido tomada
del libro, en el filme presenta ciertas diferencias: Para comenzar, Therese no es fotógrafa sino escenógrafa.
Se conoce con Carol en la tienda de juguetes, pero Carol nunca olvida sus
guantes, sino que Therese queda tan
impactada con su presencia, que a la hora de enviarle su compra, añade una
tarjeta de navidad. Es ése el motivo por el que Carol la invita a cenar.
Como es de esperarse, debido a la mayor libertad de
extensión que permite la literatura, en
la novela los personajes están más desarrollados (incluso Richard, el novio
de Therese). El preámbulo hacia el viaje que emprenden Carol y Therese también
se hace más largo, y el viaje en sí, también está más lleno de paradas y
descripciones; por ello, como lectores, nos
sentimos más cerca de las protagonistas y vivimos más a fondo su romance.
El estilo que muestra
el libro, de hecho, es bastante envolvente y encuentra su punto más fuere en la
exploración psicológica de Therese; en la manera en que va descubriendo sus
sentimientos y descifrando los de Carol en sus enigmáticas manifestaciones. Sin
embargo, con todo y todo, éste es uno de
los casos en los que un filme nos sorprende superando a su versión original.
Uno de los grandes
goles de la película no sólo es haber elegido a las actrices precisas (a la
hora de leer, es imposible no visualizar a Cate Blanchett y Rooney Mara, cuyas
descripciones físicas y gestuales calzan a la perfección con las de la novela).
Otro, es haber sabido extraer lo mejor
de la obra, reordenarlo, completar los blancos (aquellos que se dan cuando
seguimos la perspectiva de un sólo personaje), e incluso incrementar el dramatismo.
El mayor empleo de silencios en la película, aumenta la
tensión. Ese jugueteo de expresiones
contenidas, de comentarios a medias, ese tacto sutil y encaletado, nos van poco
a poco atrapando y metiéndonos en la atmósfera condensada. Pronto nos
sentimos tan ansiosos como Carol y Therese por llegar al clímax.
El cambio de
profesión de Therese, a mi parecer, fue una cosa de practicidad. Era mucho
más sencillo plasmar su sensibilidad artística en pantalla, mediante la captura
de fotos, que mediante maquetas. De hecho, este
detalle la acercó más a Carol, pues, de alguna forma, las imágenes
capturadas por Therese son el claro reflejo de cómo la observa; de su propia mirada
fascinada.
Otra cuestión que también se maneja mejor en la película, es
el desarrollo del erotismo y del problema. Esto me sorprendió. Al leer a
Patricia Highsmith durante la primera mitad del libro, y encontrarme en los
zapatos de Therese, sentí que sucedería al contrario. Los descubrimientos de Therese nos tocan de manera íntima, de modo que
uno espera que el momento cumbre-sexual y el momento cumbre-tragedia nos lleven de la máxima excitación al máximo
desgarro; pero no es así.
Después de un amplio preámbulo erótico, el primer encuentro sexual entre Therese y Carol tiene una descripción
tan general, que uno llega a preguntarse inclusive si ocurrió (y lo
confirma recién diálogos depués, cuando Therese le pregunta a Carol si había
hecho “eso” antes). Los siguientes encuentros, de hecho, son apenas
mencionados. Posiblemente, la autora se cortó por el pudor de la época (años
50), pero la cosa es que tanto preámbulo para ese “clímax”, nos deja un poco
(bastante) frustrados. La película, en
contraste, maneja la escena con la necesaria discreción para no caer en morbos,
pero con mostrando lo suficiente para mantener la temperatura y que no quepa duda de lo que acaba de
ocurrir.
En cuanto a la crisis,
la película también nos “maltrata” más (en el buen sentido). Una vez que
las protagonistas han consumado su amor, comienza el declive. Se revela el
asunto del detective de manera abrupta, de modo que sentimos el tremendo
cachetadón. La tragedia se desarrolla con
rapidez, dejándonos en el lugar de una Therese completamente perdida,
desencajada y hecha pedazos. La carta de Carol no da grandes explicaciones,
pero dado que conocemos sus problemas, tampoco es necesario. Quizás, lo único
que podemos criticarle, es que se haya largado así, de la nada, de pronto, sin lugar
a discusiones ni a últimos abrazos.
En el libro, la
cuestión es diferente. Su vínculo con su propia hija está bastante menos descrito
(irónicamente, con todas sus descripciones, este punto está bastante
descuidado). Carol menciona sus problemas con bastante superficialidad, y como
no los vemos en pantalla, tampoco conectamos tanto con ellos. Sabemos que
están, pero no los sentimos. De hecho, al tener el dato de una hija en pleito,
ver a la madre chapar sus maletas y luego oponer mucha más resistencia que en
el filme, por ratos nos puede chocar por irresponsable o por inverosímil (con
todo y todo, se trata de una hija). La
actitud de Carol nos resulta mucho más “random”, tanto cuando decide escapar de
los problemas, como cuando decide darles cara o sencillamente rendirse.
Aun así, hay que reconocerle a la obra original el mérito de
ser –hasta donde se conoce-, la primera
novela homosexual con final feliz (toda una revolución en su tiempo). Con
todos sus pudores descriptivos y sus puntos débiles, la novela de Patricia
Highsmith fue una novela rebelde. Es
posible también que esa desconcertante actitud de Carol en el punto de quiebre
de la trama, sea reflejo de la opresión vivida por los gays de la época (la
represión lleva a la explosión).
Vale decir –como anécdota del caso- que la novela partió de una experiencia de la propia autora. Deprimida
y preocupada por dinero, ingresó a trabajar en un almacén de juguetes, donde
quedó deslumbrada por la aparición de una distinguida clienta, de rubios
cabellos y paso imponente. La mujer desapareció del lugar, pero no de su memoria.
Llegando a su casa –y aprovechando la cuarentena de un repentino brote de
varicela- se dedicó a escribir la novela… 235
páginas de corrido. Bomba de inspiración.
*También te puede
interesar*
No hay comentarios:
Publicar un comentario