Por: Alexiel Vidam
Sensualidad y misterio
son dos conceptos que se funden en Marnie, la ladrona, cual matrimonio
perfecto. Una vez más, Alfred Hitchcock
explora los espacios más lejanos y ocultos de la mente humana, aquellos
rincones retorcidos donde la carencia y la parafilia se someten la una a la
otra.
Nos hallamos, pues, ante dos personajes tan carismáticos
como enfermos. Por una parte está ella, Marnie
(Tippi Hedren), una cleptómana y mentirosa patológica que viaja cambiando
de identidad constantemente. Toma trabajos en distintas empresas y luego huye
con su dinero. Por otra parte, está él, Mark
Rutland (Sean Connery), una de las víctimas de Marnie, a quien además ha robado
–aunque involuntariamente- su corazón.
Sucede que Mark se
obsesiona con Marnie, la persigue, y la coloca entre la espada y la pared: “o yo… o la policía”. Marnie, como es
de esperarse, experimenta un profundo rechazo… pero no se trata del rechazo
natural que sentiría cualquier mujer acorralada. Pronto descubrimos en Marnie un trauma profundo que ni ella misma es
capaz de descifrar. Una herida relacionada a los hombres, a su propia
madre, y a una pesadilla que arrastra desde la infancia.
Hitchcock, no por
nada, es el amo del suspenso. Nos va soltando a cuenta gotas cada detalle de
tal modo que uno –como espectador- se convierte en detective. Nosotros, al
igual que Mark, buscamos desenredar los secretos de Marnie, comprender el
porqué de su modo de actuar. Mark nos transmite simpatía, por su agudeza, su
personalidad seductora y sofisticado sentido del humor (eso sin contar con que
se trata del galán de la época); sin embargo, es imposible desconectarnos del
todo de su situación de obsesivo y chantajista.
Todo esto, por
cierto, nos lleva a una de las escenas más incómodas y a la vez mejor logradas
del filme:
Aquella en que, de la manera más sutil, elegante, y perturbadoramente sublime, el director es
capaz de sugerirnos una violación. La
sensación que nos deja es –por lo menos- de culpa y confusión, ante la
complicidad que nos atribuye.
*FIN DEL SPOILER*
En cuanto a la parte estética, vale decir que, si algo me fascina de Hitchcock, es la
dualidad de sus personajes; esa mezcla equilibrada, pero a la vez contrastante,
que muestran entre carisma y criminalidad, entre fragilidad y perversión. Para
ello, obviamente, ha sido necesario un guión que explote esas características, actores
que sepan interpretarlas y… conociendo el carácter maníaco de Hitchcock, me
atrevo a decir que también una estricta dirección
de actores, en combinación con una meticulosa selección de planos (me
encantó el detalle de los primeros
planos teñidos de rojo; revelan el primer indicio de un enigma que mantiene
su intriga hasta el instante final). La
música, del aclamado Benard Herrmann –por cierto-, es el ingrediente preciso y
fundamental para completar la tensión.
En cuanto a los puntos débiles de la película, me hubiese gustado que desarrollen un poco
más el tema de la fijación de Marnie con los caballos. Sentí que se trataba
de un detalle importante en la biografía de Marnie, que simplemente quedaba en
el aire; como si no se hubiese llegado a explotar por falta de tiempo o presupuesto
en la filmación.
Por lo demás, puedo decir que la película me encantó, tanto
por su manejo del misterio como por su exploración de la mente humana. Sin
duda, una joyita que ningún fan del cine
clásico se debería perder.
Dirección: Alfred Hitchcock
Producción: Alfred Hitchcock
Idea original: Winston Graham (inspirada en su novela Marnie)
Guión: Jay Presson Allen
Música: Bernard Herrmann
Fotografía: Robert Burks
Montaje: George Tomasini
Reparto: Tippi Hedren, Sean Connery, Diane Baker, Martin Gabel, Louise Latham
País: Estados Unidos
Año: 1964
Idioma: Inglés
Género: Suspenso, drama
Duración: 130 minutos
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